Esta semana salgo de vacaciones en el trabajo. El viernes ya es 22 de Diciembre. Por un lado, estoy realmente muy contenta y entusiasmada pero por otro, al mismo tiempo, siento una tristeza muy grande en mi corazón.
Las Navidades para mí siempre han sido especiales. Tal vez por la familia que me tocó. Tal vez, sencillamente por mi apego a la familia y las tradiciones. De hecho, mi recuerdo más antiguo es un regalo de “Niño Jesús”. Mi mamá me contó que yo tenía 2 años y mi hermanita 1 año. Recuerdo no sólo el mío sino el de ella. Recuerdo la casa donde vivíamos. Recuerdo todo de aquella mañana en la que desperté y vi los regalos a mi lado. Era una muñeca que lloraba y una mesita con sus sillitas y un juego de té. La mesita era anaranjada con detalles en blanco. Las tacitas, platitos y tetera, blancos con detalles anaranjados. La muñeca era de mi hermana. El juego de té era mío. Pero como ella estaba muy pequeña jugaba con las dos cosas y por supuesto jugaba con ella. Siempre fuimos muy unidas. Somos todos muy unidos.
Recuerdo la casa. Era una casa de bahareque. El piso de tierra. Recuerdo mi cuna, donde ahora dormía mi hermana. Era de madera con unos angelitos o algo así en el espaldar. Luego de grande entendí que aquellos dibujos tan complicados que tenía mi cuna, eran una “M“ preciosa, estilizada y script que mi padre había puesto para mí. Era la inicial de mi nombre.
Recuerdo la calle. Una calle de tierra donde había muy pocas casas. La de mi tía abuela, al lado de la nuestra. Grande, de bloques, bella. Otra, un poco más abajo, que era la bodega de “Charrafa” y “Modestica” donde iba a comprar mis “pepitos”. Recuerdo mis pies en el piso de tierra. Recuerdo unos platos de peltre. Recuerdo el ture donde solía sentarse mi bisabuela a tejer sus crinejas de cogollo que luego vendía por brazadas para hacer sombreros y mapires.
Recuerdo todas mis navidades. Toda mi familia reunida. El 24 de Diciembre siempre fue para los niños. Nosotros éramos muchos. ¡Sólo papá tenía seis! (Ahora somos siete) Primos, tíos, tías, abuelos. Todos nos reuníamos en Navidad. Siempre. Entre mis primos y mis hermanos hacíamos una pandilla de casi veinte niños. Todos como locos haciendo planes para descubrir quién era San Nicolás o a qué hora venía el Niño Jesús, porque queríamos verlo. Recuerdo que en una oportunidad mi papá se disfrazó de San Nicolás. Ja, ja, ja, ja. Un San Nicolás chiquito y sin barriga.
Crecimos. Las niñas de la casa fuimos todas a parar a una estudiantina. Aprendimos a tocar cuatro porque a Papi le gusta cantar y en casa no faltaban las parrandas. Los varones, aprendieron a hacer de cualquier tobo una tambora y del rallador de queso de mi abuela, una charrasca. Yomel aprendió a tocar la mandolina. Chipy, aprendió a tocar el furruco y compró incluso una tambora de verdad. Ya estamos completos. Tenemos nuestro propio conjunto aguinaldero en casa, se llama “Los Pitigüeyes del Swing”. No falta quién cante, empezando por mi Padre. No falta quien baile y no falta quien toque.
En mi pueblo, las parrandas de mi casa son conocidas. Las parrandas de “Caje’ e Ronel”. Mis amigos iban sin falta a mi casa el 31 de Diciembre, luego de recibir el año en sus casas. Y quedó como tradición, después fueron los amigos de mis hermanos y aún, hoy en día, se hace. Además, hacemos un intercambio de regalos el 31 “para los adultos” puesto que el del 24 es para los niños. Es bastante animado porque mi abuela cumple años el 01 de Enero y la parranda sigue hasta que el cuerpo aguante, sobre todo porque se acostumbra también recibir la visita de otros “aguinalderos” o “parrandas” que van de casa en casa llevando su música y alegría. Eso sí, al que llegue, hay que tenerle por lo menos una hallaca y un palito de Ron con Ponsigué.
Hemos vivido épocas duras y sin embargo nunca nos faltó ánimo para hacer las cosas. Si estamos juntos y contamos con salud todo es posible. De hecho, sólo recuerdo dos navidades difíciles que hemos tenido: una en la que econonómicamente estuvimos muy mal y aún así hicimos cena y reunión. En la cena, recuerdo le tocaba media hallaca a cada quién, ensalada de gallina (que siempre le toca preparar al (la) aspirante a novio (a) que estuviera de turno) y una rodaja de pan de jamón, claro, y pepsi, no había más nada. El resto de la noche nos transcurrió, sentados, en un círculo en el patio, conversando, recordando y compartiendo entre chistes y aguinaldos. A la final comprendimos que nos teníamos unos a otros y eso bastaba.
La otra navidad difícil que recuerdo fue cuando un hermano de mi Padre murió en un accidente de tránsito justo la tarde del 31 de Diciembre. Desde ese año cambiaron los 1º de Enero en casa de mi abuelo y las parrandas post – año nuevo que celebrábamos allá.
Este año está no menos lleno de expectativas. Ya no vivo allá así que las reuniones son más emotivas. Mi hermana menor se casa y eso va a trastornar a mi padre. Hace casi seis meses que no veo a Christian y ya está esperándome allá. Si. Este año está lleno de expectativas.
Ojala todo salga, como todo los años, mejor de lo que esperamos. Que reine una vez más en mi hogar la Luz de la Virgencita del Valle y que las Bendiciones con que ha colmado a mi familia se derramen sobre todas las familias del mundo.
Espero poder contarles más detalles a medida que transcurran estos días. Aún no les deseo Feliz Navidad ni me despido, pues no pretendo dejar de escribir.
Aquí seguiré, como siempre. Por lo pronto… Besos que ladran!