16 diciembre 2005

Estaba soñando o desperté por un momento?

Justo cuado entré al colegio sonó el timbre de entrada… los niños corrían como locos por todos lados. Me detuve en la puerta para evitar que me atropellaran. El ambiente olía a sol, a sudor, a lápiz y a borrador. Cientos de camisitas blancas y rojas se movían de un lado a otro como luciérnagas de colores entre oscuros matorrales y entre ellas se alzaban algunos uniformes azul marino y rosados, quietos e imponentes en medio de aquella algarabía. Eran las maestras tratando de contener aquellos niños desbocados y sin control. Miraba todo aquello y no podía dejar de sonreír. Mirando todos los modelos de trencitas en aquellas cabecitas negras, marrones y amarillas. Lacitos y florecitas, moñitos y largas crinejas. Los varones por su parte, exhibían orgullosos sus frentes sudadas y brillantes por haber sido el más veloz del grupo o por ser el más grande y más fuerte.

Entre los gritos y las risas, se oían gaitas y villancicos que de fondo anunciaban que hoy había actividades especiales. Y en medio de aquel alboroto, escuchaba vocecitas que gritaban: Maestra, Maestra! Y vocezotas que decían: Derechitos, sin correr!.

El patio del colegio me quedaba de frente, en la misma dirección de la escalera que me llevaría al salón que me habían asignado. Me tocaba en el área de Biblioteca, según decía el papelito que guardaba en mi bolso. Así que me abrí paso en aquella multitud y entre gritos y empujones logré llegar al primer escalón. A mi lado caminaba igual, una niña de largas y apretadas trenzas negras. Tan apretado y tenso tenía el cabello, que le estiraba la piel de la frente hacia atrás dándole a sus cejas una expresión de sorpresa, que más bien daba risa. Pero yo sé porqué su mamá le hacía ese moño tan apretado… era porque al igual que la mía, creía que mientras apretado llevaras el cabello, menos oportunidad tenían los piojos de anidarse en ellos. Ja, ja, ja, ja, ja… Qué ilusa!. Le dije: – Vas a llegar tarde . A lo que me respondió encogiéndose de hombros: - No importa, la maestra Susana es chévere. Y poniendo un pié en el segundo escalón comenzó a subir la escaleras de dos un dos, con una velocidad pasmosa, que no daba tiempo ni de caer en cuenta que todos nos fijamos en los pantalones rojos que llevaba bajo su falda azul.

Yo también comencé a subir, aunque no con tanta agilidad, hasta llegar al segundo piso. Frente a mí, la puerta de la biblioteca: cerrada y amenazadora, como siempre. Por qué siempre ponen estas puertas tan grandes, oscuras y feas en las bibliotecas? Los demás salones tienen puertas blancas o beige, quizás en el algún marrón menos fúnebre, con ventanillas para asomarse a curiosear (porque no les veo otra utilidad). Pero las de la biblioteca siempre son marrones, oscuras, grandes, talladas o lisas, pero siempre feas. La maestra de segundo grado, siempre nos amenazaba con encerrarnos en un cuarto oscuro si nos portábamos mal. Yo nunca vi cumplirse esa amenaza (y no porque nos portáramos bien) y tampoco nunca supe donde estaba el fulano cuarto oscuro… Pero siempre lo asocié con esa puerta. Incluso después de entrar a la biblioteca, miraba todo con detenimiento y la boca abierta, tratando de descubrir cual de los estantes llenos de libros era el pasadizo secreto al cuarto aquel donde encerraban a los que se portaban mal… Talvez el silencio y el misterio de la biblioteca se confabulaban para afianzar en mí ese terror.

Saludé a la maestra, entré y estuve como siempre escogiendo durante unos segundos dónde sentarme, sin poder decidirme… ni muy adelante, ni muy atrás. Finalmente encontré el asiento perfecto. Hasta que como es de esperar, se me sentó una pelúa al frente. Me encogí de hombros y me cambié al segundo mejor lugar. Mientras esperaba que comenzara el acto que iba a ver, me puse observar los libros. Todos ordenados en aquellos estantes por grado, por tema, por tipo… a ver los de primer grado… ahí están! Mi Jardín, Coquito, Mi Angelito… Los libros con que aprendí a leer. Y en segundo grado está Perucho Va a La Esuela! Recuerdo de primer grado, mi copia ilustrada favorita era “La hoja es verde” por lo fácil del dibujo. Esa era de “Mi Jardín”. A ver qué otro reconozco…? Ah! Sí, ahí está el Lector Venezolano de 3º a 6º Grado.

Ya va a empezar el acto. Los niños de quinto grado prepararon un nacimiento viviente. Frente a mí se sentaron en el suelo los de pre-escolar. La maestra los saluda: - Buenas Tardes! Y todos responden a todo pulmón: - BUEEEENAAAAS TAAAAAARDES! Es un coro encantador. Son un rebaño como de treinta niñitos y niñitas. Ninguno está quieto. Se levantan, se sientan, se ruedan y acomodan una y otra vez. Se hablan entre ellos y se empujan o abrazan. Yo me quiero sentar allí! Pero la maestra no me deja. Ya hay mucho desorden. El acto comenzó y no hay forma de conseguir que hagan silencio. Mientras María y José van pidiendo posada a los pastores… ellos cantan el coro del villancico que suena: Si la Virgen fuera Andina y San José de los Llanos, el Niño Jesús sería un niño venezolano… Si tan sólo supieran lo que dicen! Je, je, je.

La maestra y la auxiliar les hacen señas de callar y observar y para cuando logran poner atención, ya el Niño Jesús nació y los actores de quinto grado hacen la reverencia del final. La maestra de biblioteca nos pregunta: - Les gustó? Y todos respondemos – SIIIIIIIIII. Y a continuación pregunta: - Vieron cómo nació el Niño Jesús? Y todos respondemos: - SIIIIIII. Pero en medio de aquel largo y sonoro “si” se oyó un NOOOOOO que levantó la mano y la maestra, se dirigió a aquella manito: - A ver, tú no viste como nació el Niño Jesús?! Y el niñito se puso de pie, altanero y desafiante le respondió: - No. El Niño Jesús no nació! Y señalando a una de las pastorcitas, prosiguió: - Ella lo trajo. Ja, ja, ja, ja. Estallaron las risas de aquel salón, sobre todo las maestras, no pudieron contenerse. Otro niñito le decía: - Tonto! No ves que es de mentirita, ese muñeco es el Niño Jesús!

Para cuando lograron recuperar el control ya era hora de marcharnos. Los niños de pre-escolar formaron una fila en la puerta e iban recibiendo un regalito de la maestra, que agradecían con un besito. Yo también me formé. Y cuando llegó mi turno, solo recibí un caramelito. Mi sorpresa fue mayúscula y en ese momento me topé con los ojos cariñosos pero agobiados de la maestra. El timbre volvió a sonar y dándole las gracias, guardé el caramelo en mi bolso de piel, mientras mi hijo, que estudia quinto grado y que era el narrador de lo que sucedía en el nacimiento viviente, llegaba corriendo para abrazarme. Con una gran sonrisa me preguntó: - Te gustó mami?. Lo abracé y le dije: - Claro que sí hijo!. Mucho!. Le di un beso y emprendimos la marcha. Se despidió de su maestra y bajamos la escalera. Sentía que cada escalón que bajaba me devolvía años. A la mitad, ya no llevaba mis Kickers colegiales, sino unos zapatos de tacón alto muy puntiagudos. Mi falda de plises se volvió pantalón recto y mi franela ovejita roja, se volvió camisa de mangas. De pronto tenía puesto encima un encerrado traje negro y mi bulto, se convirtió en cartera. Ya no tenía mis dos moñitos, sino un atrevido cabello corto, con el que mis amiguitos me hubieran chalequeado hasta el cansancio llamándome “varoncito”.

Salí del colegio y en mi alma pesaba la nostalgia de mi querido “María Inmaculada”. Por mi mente pasaron los rostros de todas mis maestras: Demetria, Ifigenia, Modesta, Cruz María, Marbelys, Damarys, Argimira, María, Libia. Todo era tan fresco en mi memoria que mientras me alejaba recordé las palabras de mi maestra de quinto grado, (Damarys): - Ustedes, ahorita se mueren por ser adultos, verdad? Pues yo les digo que cuando lo sean, pensarán: ojalá pudiera ser niño otra vez! En aquel momento no le creí. De hecho no entendí nada… ja, ja, ja, ja. Pero esta tarde comprendí todo aquello. Y me fui haciéndome mil preguntas. Habré soñado por un momento que aún era una niña y que estaba como siempre en mi colegio? O es que nunca dejé de serlo y hace un momento estaba despierta en mi colegio y ahora estoy soñando que soy una ejecutiva, que tiene hijos y responsabilidades de adulto? ((Suspiro)) No sé. Pero, qué lindo cantamos Mi Burrito Sabanero!

09 diciembre 2005

FUMAS?


Yo dejé de fumar hace dos años y medio. Uno, porque me encantaba conversar con alguien que conocí y no me explicaba por qué, hasta que detallando mejor sus gestos y actitudes para hallar la razón del encanto, me di cuenta de que no fumaba, pero no sólo me movió ese hecho, sino que olía rico, olía a ser humano, a mujer bonita. En cambio el resto de las personas con las que normalmente compartía, fumadores como yo en aquel tiempo, no olían igual que ella y me miré en ese espejo… Qué horror! Yo, tan pulcra en mi vestir, en mi apariencia y mis hábitos! No. No podía permitirme que un hábito tan dañino y tan injustificable, afearan lo que tanto cuido: mi imagen.

La segunda razón vino poco tiempo después. Una vez tomada la decisión de dejar de fumar y en plena batalla consciente por lograrlo, mi voluntad se vio definitivamente aplomada e impulsada hasta el límite. El resultado de una prueba de sangre me gritaba en letras mayúsculas, Times New Roman, cursivas y en negritas: POSITIVO. Ja! Pa’dónde iba a coger yo ahora con esa pata hinchá!? Como dicen en mi pueblo. Y pensé: ahora si, esta gata o se sube o se encarama. Y encendí el último clavito de mi tumba. Que de paso se terminó de fumar Ed porque el remordimiento de estar causándole algún daño irreversible a aquella célula que llevaba dentro de mí, me espantó.

Recuerdo que comencé a fumar a los 17 años… después de culminar el liceo y despedirme de mis amigos de esa etapa, porque donde me vieran fumando se morían, pero primero me mataban!. Éramos un grupo bien sano. Bien unido y conformábamos además los consentidos de los profesores. Todos éramos en líneas generales buenos estudiantes, unos más otros menos, pero buenos todos. Teníamos mucho potencial. Nos gustaba el rock y éramos también un poco rebeldes e idealistas, pero sanos. Come flores, pues. Pocos comunes en los 80. Ninguno fumaba. Alguno que otro se echaba unos palitos de vez en cuando. Pero sólo eso. Sin embargo, cuando entré en la universidad, todo cambió. Para empezar estaba lejos de mi pueblo y mis amigos “sanos”. Este era otro mundo. Yo era la rara por no fumar, jalar caña como alambique o colarme en las discos de moda siendo menor de edad. Aún así, esto tampoco me movió a agarrar el hábito de fumar. Me encogía de hombros y me gustaba la idea de seguir siendo “rara”.

No, la razón por la que agarré mi primer cigarrillo fue más tonta. No fue la presión social, ni algún trauma de la infancia, ni la influencia de mis padres (que no son fumadores, de paso). Nada de eso, ni siquiera la curiosidad. Yo lo hice por travesura, por aburrida, por ociosidad. Aquel día mis padres me dejaron en el Terminal de Ferry casi dos horas antes de la hora de salida del barco que me llevaría a Puerto La Cruz, donde estaba estudiando entonces. Después de comprar el boleto y matando el tiempo hasta que llegara la hora de abordar, caminé todo el Terminal y se me antojaron unos caramelitos importados de licor, muy famosos, que solían vender en Margarita. Buscándolos entre montañas de Toblerone, quesitos Oro de Holanda y latas de Pringle’s, sólo encontraba la terrible amenaza de quedarme con las ganas. Con el walkman a todo volumen, el morral en la espalda y ataviada de jeans y franela, caminaba de un lado a otro, sin éxito. Finalmente me rendí y era ya casi la hora de abordar el barco, así que resignada emprendí marcha de vuelta, mirando una vez más en las atiborradas mesitas, por si acaso se me había pasado alto alguna.

Ya pensaba en qué iba a hacer durante las aburridísimas cinco horas de viaje. No conseguí los caramelos y de paso, viajaba sola. Qué puedo hacer? Algo que sea interesante, algo que nunca haya hecho. Y en ese momento mis ojos se clavaron en los de un Camello con lentes oscuros que me sugirió algo loco y compré mi primera cajetilla de cigarros. Unos Camel. Guardé mi travesura y abordé el ferry. A mitad de travesía no soportaba la ansiedad. Con esta cara de menor y esta pinta de fugada de casa, más de uno me miró con curiosidad (o lástima?)… je je je. Me dispuse en la cubierta, coloqué mi morral como almohada, subí al máximo el volumen de mi walkman y saqué mis cigarritos… Mi primera novatada: no compré fósforos! Uuuuuuyyyy, Qué fastidio! De dónde los saco? Y recogí todo otra vez, abandoné el lugar perfecto que había encontrado para recostarme en cubierta y corrí hacia el cafetín y la tiendita del barco. No encontré un encendedor, pero tuve suerte de hallar fósforos. Hice mi segundo intento, divisé otro lugar perfecto, me recosté en la misma posición de antes y saqué mi cigarrito… sorpresa! Cómo carajo se puede prender un fósforo en la cubierta de un barco? En la parte de adentro no se puede fumar. Qué hago?. Seguir intentando… Saqué mi cigarrito, lo miré y revisé por ambos extremos. Qué cosa tan extraña, nunca había visto uno igual. No encontraba el filtro… Los condenados cigarros eran sin filtro! Je je je… Eran unos pitillos de papel blanco rellenos de tabaco! Cóooooooño! Pues pa’lante es pa’allá. Así mismo y por orgullo, traté de fumar aquella porquería, no sin antes gastar la mitad de la caja de fósforos tratando de encender alguno en medio de aquella brisa. El reto era doble, porque cuando conseguía encender el fósforo, no podía mantenerlo encendido para prender el cigarro. Ya estaba perdiendo la paciencia, cosa que no es difícil para mí. Pero también me estaba obsesionando con la idea. Será que este cochino cigarro va a poder más que yo? No joda! Si los hombres pueden yo también. Y en medio de aquella desesperante impotencia y la negación de perder la batalla contra el camellito aquel, por fin logré encender el cigarro. Sentí en ese momento lo mismo que el hombre en la edad de piedra cuando descubrió el fuego. Porque tengo que admitir que haber prendido aquel cigarro en medio de esa brisa tuvo que ser mera casualidad! La felicidad duró hasta el primer jalón. GUACATELA!. Demasiado fuerte y demasiado asqueroso. Sentí que la garganta se me achicharraba y de paso aquel horroso sabor a leña mojada, a coco quemado, a no sé qué! Pero insistía, después de todo lo que me costó comprarlo y prenderlo. Llegué hasta la mitad y tuve que desistir de mi travesura. El extremo que me llevaba a la boca estaba empapado de saliva, las hilachitas del tabaco se me quedaban pegadas a los labios y tratando de quitármelas, se me pegaban además en la lengua. Traté en vano de escupirlas y entre aquello y el ahogo del humo y la tos, era yo en ese momento un desastre atroz. De heroína juvenil y rebelde, pasé a ser un despojo viejo de la adolescencia mal superada… Y de paso, en mi mente retumbaba la voz gruesa de mi papá diciéndome: - Bien hecho! Eso te pasa por Pendeja.

Esa fue mi primera y última vez… en un año. Porque entonces aprendí a comprar Belmont y Marlboro Light cuando estaba en Puerto La Cruz, y de vez en cuando para ser sifrina, cuando iba a Margarita, compraba More y le hacía coco a mis panas.

El vicio me duró unos 6 años, hasta que vino primer embarazo. Lo dejé como lo agarré. De un plomazo. Así como suelo resolver las cosas trascendentales en mi vida. Pero lo retomé 3 años después, más como una manera de devolverme a mí misma el libre albedrío que había perdido para ese entonces y que recuperé al separarme. Esta vez me duró unos 7 años. Mi segundo embarazo, el que describo al principio me lo volvió a quitar. Ah! Y el olor a ser humano de esa persona que conocí. Aunque no debo quitarle mérito a mi fuerza de voluntad. Pocos dejan de fumar en un solo día. Yo sí pude! Ojalá muchos también puedan, como lo hice yo. Sobre todo aquellos que no sólo deben hacerlo sino que tienen que hacerlo, aunque no quieran. Todo es cuestión de auto – disciplina, de ponerle carácter a la conciencia.

Lo mejor de todo? Ahora huelo rico. Qué extraño de aquello? El respectivo cigarrito de después de hacer el amor. Lo retomaría? Sería una tontería, pero quién sabe! No siempre se tiene tanta voluntad. Por lo pronto disfruto mucho cuando me preguntan: Fumas? Y les respondo con una gran sonrisa: No!. Y me siguen mirando raro.

01 diciembre 2005

La Gata que Ladra


Suficiente…

He decidido terminar con el silencio que me tiene prisionera de mi misma… Soy yo y esta es la razón por la que escribo. Soy una mujer arrejuntada en segundo intento. Tengo 32 años y dos chamos (uno mío y el otro nuestro), sin contar los tres de él… Me desempeño como Asistente Ejecutiva en una empresa de servicios, cargo y empleo de los que no me puedo quejar. Además trato de levantar, paralelamente, un negocio propio con la ayuda de Ed, mi compañero y encima terminar una carrera suspendida por algunas sinvergüenzuras. De tener, no tengo nada. Algunos enseres que dejé en Margarita cuando a Ed se le ocurrió la peregrina idea de que aquí en Caracas estaríamos mejor y como parte del comienzo de mi vida nueva, he decidido llevar adelante este blog para derramar en él el veneno y el néctar de cada día.

La gata que ladra? Pues Ed dice que yo no soy cuaima (y no lo soy), por tanto no pertenezco a los ofidios y el truquito de lanzar el palito por la ventana antes de entrar al apartamento para que la cuaima se enrolle y él pueda pasar, conmigo no funciona. Entonces comenzó a encontrarme ciertas semejanzas con los gatos y yo, siempre me he identificado con ellos. Son tan impersonales, tan desapegados, independientes, autosuficientes y hasta arrogantes. Pero también son muy limpios, seductores y de vez en cuando mimosos (cuando reciben mimos, claro está). Además suelen jugar con sus presas hasta que consiguen lo que quieren de ellas, bien sea comérselas o simplemente pasar el rato. Aunque no soy tan frívola, si creo que tengo pocos escrúpulos y menos remordimiento. Y la particularidad que tiene esta gata tan especial, es que ladra… y con esto me refiero a que normalmente los perros son perros, y los gatos son gatos, y sólo tienen en común que son, ambos, animales domesticables. Igual somos las mujeres y los hombres. Donde para mí los hombres son como los perros y las mujeres exactamente como los gatos. Sólo que esta gata tiene características de perro, por poseer ciertas debilidades y fortalezas que le son inherentes por naturaleza al otro género. Como tengo una pizca significativa de inteligencia y raciocinio, decidí tomar partido de ello y aquí verán los resultados.

Aquí jugaré con mis presas hasta que me canse y no hasta que se cansen ellas, limpiaré mi propio pelambre con la lengua, ronronearé de vez en cuando, maullaré mis inconformidades y me iré de parranda como los gatos suelen hacer en algunas épocas. También, haciendo honor a mis cualidades perrunas, dejaré que mi amo juegue conmigo hasta que sea YO la que se canse y luego me lo quitaré de encima con una pelada de dientes, dormiré hasta que me sepa y marcaré mi territorio a fuerza de levantar la pata y hacerme la muertita cada vez que me convenga.

Quizás de vez en cuando traiga cara de Ratón… sabrán entonces que la Gata que Ladra se convirtió la noche anterior en la Perra que Aruña! Pues así es.

Bienvenidos a este mundo de GATAS Y PERROS.