17 noviembre 2009

Nuevo Espacio


Como la Gata está estudiando y se comparte entre la Universidad, el Trabajo, sus Amados y el Hogar, está concentrada y atareada en todo ello.
Ahora comparto mis experiencias y el aprendizaje que voy obteniendo en mi carrera y por ahí... en algún lugar... algunos intentos de poesía.
Por ahora, quedo como gata panza arriba en este espacio: La Letra Tentativa.
ADVERTENCIA: Es aburridísimo porque es exclusivo para mi carrera... pero, aquellos interesados en la Literatura y que la amen como yo, quizás puedan hallar algo que ver y aprender.

05 marzo 2009

Es que llamarlo PERRO es un insulto para los perros...


Anoche me acosté extenuada... Sólo anhelaba dormir. Pero, claro, como por ahí iban mis ganas, por ahí sería jodida. Me acosté a las 11pm e inmediatamente caí profundamente dormida. De pronto, me despertaron unos gritos aterradores, consecutivos, sin respiro, sin descanso entre uno y otro, agudos, constantes, incesantes, DESESPERANTES!!!
Estaba petrificada en la cama. Miraba al techo. No podía creerlo. Pero sobre todo, no podía concebir que tendría que soportarlos porque no podía hacer nada al respecto!
Di mil vueltas, me levanté, prendí la luz y me fui a la cocina, miré horrorizada que el reloj marcaba las 2:20am. Me tomé un te, apagué las luces y volví a mi cuarto, me asomé a la ventana, pensé en gritar yo también... Pero, por desgracia, no soy ese tipo de gente. Cerré la ventana, encendí el aire acondicionado y volví a la cama. Me arropé. Me tapé la cabeza con la almohada ¡Qué ingenua; creer que así no escucharía más los gritos!
Una hora después continuaban igual que al principio. Con la misma energía. Con la misma constancia e insistencia. A veces, más desesperados, elevaban aún más el tono. Era una cosa sencillamente sorprendente además de tormentosa.
De pronto, sentí unos violentos pasos descalsos que retumbaban en las paredes de la casa y unos instantes después, tras un serie de golpes, los gritos más dolorosos que he escuchado en mucho tiempo...
El corazón se deshizo en el pecho...
Dejé de respirar por un momento...
De pronto un silencio abismal. Podía escuchar mis propios latidos... Cerré los ojos y traté de pensar en otra cosa. Transcurrieron unos quince minutos y los chillidos se reanudaron tan enérgicos e insensates como al principio.
Recordé todas las veces que me mis hijos me han pedido que les regale o les deje tener un perrito. Recordé las veces que me sentido la "mujer de hielo" al decirles tan tajantemente que NO. Recordé las caritas de dolor que me han puesto y como me hablan sus ojitos diciéndome: ¡Que mala eres mamá!... Suspiré.
Casi estoy segura de cuál vecino es el autor de mi pesadilla de anoche ¿Cómo es posible que te hagas de un animal sólo para pavonearte con él?... ¿Cómo es posible que este desalmado pueda actuar de semejante modo?... ¡Ah! Claro, perdón por la redundancia.
La escena de los pasos, los golpes y los gritos, se repitió alrededor de las 4:30am. Luego oí los gritos un poco más sordos. Posiblemente lo cambiaron de habitación. Posiblemente, ya a esa hora, cuando todos tenemos que comenzar a desperezarnos y levantarnos, el pobre animal (el cachorrito) se calmó.
Al otro ser, que no merece llamarse animal o perro porque sería un insulto para ese reino y para la nobleza de esas mascotas, al desalmado, al infame, al degenerado vecino (que estoy casi segura de quien es) no se le va a acabar tan fácil el "problemita" en el que acaba de meterse. Él cree que tener que levantarse, no a atenderlo, sino a callarlo a golpes como si fuera a lograrlo, es el único problema que tiene... Que siga creyendo...
¡Besos que LADRAN!

16 febrero 2009

A propósito de ayer y de hoy... Amor es libertad.

Cuando entré a su habitación, Carlitos intentaba hacer una “vuelta-canela” en el piso. Vi que si lo lograba y le salía derecha, se golpearía los pies con el tramo inferior de la biblioteca, sin mencionar el golpe en la espalda cuando cayera en el piso. Vi como su cuello se torcía bajo su cuerpo y temí que todo su peso cayera sobre él… Si le salía torcida, se golpearía con la caja de los juguetes o con el borde la cama…Todo esto pasó por mi cabeza en segundos. Carlitos no había terminado de ponerse en posición, cuando le advertí: -¡Hijito, mejor no hagas eso en el suelo; te puedes golpear o peor, torcerte el pescuezo! -. Sus ojos se colgaron de mi advertencia con sendos ganchos de interrogación y yo, sin decir más, continué mi quehacer.

Le había dado la espalda por un segundo y cuando voltée, estaba sobre su cama intentando nuevamente su “vuelta-canela”… Otra vez puede ver claramente, que si le salía torcida iría a parar al piso y si le salía derecha, pues no dejaría de brincar en la cama, corriendo el riesgo de caerse en algún momento y golpearse. Entonces, otra advertencia: - Hijo, ya quédate quieto. No hagas eso en la cama que te puedes golpear. Juega a otra cosa.

Carlos, levantó la cara y volvió a mirarme desconcertado. Salí de la habitación y en el pasillo, se me ocurrió volver. Tal y como pensé, el muy granuja hizo caso omiso de mis advertencias y estaba a la mitad de completar su voltereta sobre la cama. Lo vi, clarito en el piso, pero, por fortuna, me equivoqué. Esta vez lo reprendí: - Carlos ¿no te dije que no hicieras eso porque te puedes caer o golpear?

Me respondió: - Pero ¡yo sé hacerlo! ¡Mira! – Lanzándose nuevamente a su hazaña.
Le contesté: -Sí, ajá, está bien. Pero ya bájate de la cama.
Muy enfadado, se sentó en la cama y me preguntó: - ¿Puedo hacerlo en el piso?
Le respondí: - Tampoco. Ya te dije que el suelo es muy duro. Te puedes golpear y es peligroso para tu cuello.
Protestó: -Pero, mamá, si yo sé hacerlo ¡Mira! – Se puso en posición de nuevo y antes de que pudiera responderle, se lanzó en otra voltereta que, apresurado para que yo no la evitara y decidido a demostrar su punto sin darme chance de discutirlo, le salió torcida.

Cayó en el borde de la cama rebotando hacia el piso y sus pies golpearon la mesita de noche tirando la lámpara al suelo. Casi automáticamente se puso de pié y me dijo, encongiéndose de hombros: -¡Pero, no me dolió nada!

Tenía el rostro pálido del susto, los ojitos a punto de llanto, el ceño fruncido en señal de furia y una sonrisa en la boca que amalgamaba todo esto. Yo lo miraba atónita. Mientras lo revisé, levanté la lámpara y lo abracé tratando de mitigar su susto, le pregunté si se había hecho daño. Me dijo que no. Le repetí mis advertencias y puse fin a sus argumentos con un rotundo: - ¡Cuando te digo que no, es no!

Salí de su cuarto y volví a lo mío.

Un rato más tarde, entré a mi cuarto. Suponía que Carlitos veía televisión, sin embargo, lo sorprendí haciendo volteretas sobre mi cama…

- ¡Carlos David! – Le grité. - ¿Estás decidido a darte un golpe, verdad? ¿No te dije que no hicieras eso?
- ¡Pero, esta cama es más grande y no me caigo por aquí, ni por aquí – dijo señalando ambos lados de la cama – y no es dura como el piso! ¡Además, yo lo sé hacer y no lloro si me caigo!

Sus argumentos me dejaron sin palabras. No porque fueran razonables o acertados. Obviamente seguía siendo un peligro y él, sólo un niño incapaz de preverlo. Pero, me dejó pensando -y con dolor de espalda-. Me di cuenta de que no es simplemente un niño voluntarioso. Es inteligente, sagaz, decidido y además está muy seguro de sus capacidades. Quizás no de modo consciente o del modo más adecuado, pero confía en ello. Claro, esto es muy sencillo cuando no se tiene noción del peligro o las consecuencias de nuestros actos, lo cual me diferencia de él, pero, él, a diferencia de mí, no está dispuesto a rendirse a pesar de los golpes y las fallas. Considera que esos golpes son parte natural de todo lo que intenta lograr. Él revisó en qué se equivocó y lo corrigió convencido de su verdad, que en este caso quizás sea: “¡Las “vuelta-canelas” son lo mejor del mundo y yo las sé hacer porque soy lo máximo!” Parece absurdo, pero para él, en ese momento, esa era, ni más ni menos, la explicación misma del mundo ¿y lo que diga mamá? Ha de pensar que: “¡por favor! ¡Sólo lo dice porque no conoce mis súperpoderes!”. Convencido de sus superpoderes ¿a qué podría temer?

El problema no está en prohibir, censurar o acabar con las “vuelta-canelas” sino en dar oportunidad al niño para que las domine sin desnucarse. Me di cuenta de que estaba pasando por encima de las verdades de mi hijo; significa tanto para mí, que no me importaba frustarlo con tal de no pasar por el trance de tener que poner hielo sobre un chichón. Me di cuenta de que lo amo pero también lo asfixio. Quizás debo confiar más en él pero sobre todo, debo respetar su espacio, su visión del mundo, su individualidad, su perspectiva, sus ideas y conceptos. Total, al final, y aunque me duela en el alma tener que curarle el chichón o comprar una lámpara nueva, más me dolería perderlo, atrofiarlo, destruir su confianza con mis miedos… preparándole el terreno a otros que mañana se aprovechen de él. Igual voy a estar ahí para ponerle hielo en el chichón hasta que aprenda. Lo difícil es aceptar que para que aprenda, quizás lo más sano es que se haga el chichón. Mientras tanto, voy contratando un seguro.

¡Besos que ladran!