27 enero 2006

Margarita es una lágrima (III Parte: El Regreso)



Margarita es una lágrima (Parte III: El Regreso)

Sigo en la tónica inicial de reafirmar, como dice el polo aquel, que “Margarita es una lágrima” porque no puedo negar que en eso se me convirtió esta noche. Es la una y media de la madrugada y todavía no sé dónde voy a meter tanta ropa! No entiendo qué es lo que pasa. Recuerdo claramente que hice el equipaje bajo la convicción y determinación de traer lo menos posible para llevarme lo más que pudiera. Es decir, me traje lo estrictamente necesario, porque aquí compraría el resto… Estoy desesperada, no sé cómo me voy a llevar todo esto. - Mamáaaaaaaaaa… préstame otro maletín! Menos mal que Eduard me estará esperando en el aeropuerto, porque este bolso no lo puedo levantar aunque quisiera hacerlo!.

Así pensaba la madrugada del jueves 05 de enero de 2006, mientras rehacía el equipaje para volver de mis vacaciones. Y es que inexplicablemente fueron a dar a mi bolso tres pares de zapatos más de los que había decidido llevar, más dos carteras (que combinaran con los zapatos, claro) y dos o tres pantalones que ni borracha me los hubiera puesto allá en Margarita! Es más, de los diez que me llevé usé sólo tres en todo el tiempo que estuve allá. Además me llevé una colección de tres trajes de baño y sólo usé uno (el que de verdad me gusta y me sirve) porque de paso, estoy muy “treintañera” para el primero y del otro, me llevé solo la parte de abajo!. Lo paradójico es que pensaba llevar sólo lo necesario y cuando llegué allá me di cuenta de que lo que más necesitaba se me había quedado aquí en Caracas: el secador de cabello, un suéter para el bebé y las medias de Christian!. Además no llevé ni una toalla! Lo indispensable y necesario se convirtió en un equipaje de “Por si acasos” que no me cabía en el entendimiento a la hora de regresar!

Luego de luchar por más de dos horas para que todo lo inútil que me llevé, más todo lo útil que me compré (incluyendo un coche paraguas para el bebé, una pista Hot Wheel Acceledrome y un carro multijuegos Fisher Price tamaño familiar) y todo lo indispensable que me quería traer entrara en tres bolsos, me acosté rendida y con los nervios de punta para levantarme dos horas más tarde. Y es que sólo conseguí boletos para el vuelo de las SIETE de la MADRUGADA! El aeropuerto de Margarita, como todos, queda botado en medio de la nada. En el propio peladero de chivo, pues. Desde donde y hacia donde es imposible llegar de otro modo que no sea en taxis (extremadamente caros) o en carro particular. Afortunadamente mi hermanito, el mismo sinvergüenza que me fue a buscar al aeropuerto cuando me llegué, se ofreció a llevarme.

La despedida fue bonita. Todos madrugaron para estar ahí. Contrario a la despedida de hace año y medio cuando me vine a vivir a Caracas, papá no estaba triste, ni molesto conmigo, ni preocupado por mi y me abrazó con todo el amor y la bendición del mundo, lleno de entusiasmo y buenos augurios por mis proyectos futuros. Mamá, que en aquella oportunidad no tuvo el valor de salir a despedirme, esta vez estaba allí, al lado de mi padre, fuerte y radiante, mi gata que ladra, con una sonrisa dulce y amorosa para llenarme de bendiciones y buena suerte hasta que nos volvamos a ver. También estaban mis hermanos (los tres que aún viven en casa), mis sobrinos y además, contra todo pronóstico, mi abuela. Los demás, habían ido a despedirme la noche anterior. El adiós fue corto, emotivo y alegre. Como dije, lleno de optimismo y apoyo. Menos traumático y más entusiasta.

Durante todo el camino al aeropuerto (escasos veinte minutos), noté el silencio de mi hijo mayor como un reclamo que me torturaba. Sabía lo que sentía, para él ha sido muy difícil afrontar esta nueva vida y dejar atrás su terruño, sus amados primos y lo que siempre fue su vida, su casa, su escuela. No ha sido nada sencillo para él. Así que trataba de animarlo haciendo planes para las próximas vacaciones, es decir, para carnavales, porque como buenos venezolanos, nosotros seguimos literalmente el ritual de los puentes y días festivos. Así que, calendario nuevo en mano, iba enumerándole a Christian todos los puentes que trajo el 2006, de qué manera podíamos aprovecharlos y convenciéndolo de que los días pasan rápido, que no habrá terminado de guardar el arbolito y recoger el nacimiento, cuando se estará poniendo el disfraz de carnaval; que no se habrá terminado de aburrir de la máscara, cuando se estará poniendo el traje de baño para la playa de semana santa y que después no se lo quitará, porque de inmediato vienen las vacaciones escolares. De ahí en adelante no queda nada para celebrar el día de la resistencia indígena que cae jueves y finalmente, cuando esté todo estropeado de tantas vacaciones, ya será navidad otra vez! Medio distraído haciendo planes, llegamos al aeropuerto.

Aquí las señoritas de atención al cliente no son tan sifrinas como las del aeropuerto de Maiquetía, son más bien sencillas y a veces hasta folclóricas! Mientras chequeaba lo de los pasajes y el protocolo de rigor, me exigieron una fotocopia de la partida de nacimiento del bebé y, cuando les dije que no tenía y que me explicaran donde podía sacarla en el aeropuerto, se limitaron a decirme: - Ay señora aquí el único sitio donde la sacan es allá arriba (señalando el piso superior o el cielo, lo que esté más cerca) y esa gente no ha abierto todavía, es muy temprano. Entonces, el maletero, que me acompañó hasta el final, se ofreció a ir hasta allá para sacarme la copia mientras yo hacía el resto del trámite. Regresó sin éxito y la señorita, muy diligente me dijo: - Mire señora, no importa, váyase tranquila que va a perder el vuelo. Deje eso así. Páseme el equipaje. El maletero se aprestó a colocar el bolso en la pesa y sorprendido por aquel maletín tan pesado, no soportó más e hizo entonces la pregunta de rigor: - Señora que lleve usté aquí? Plomo?!. A lo que respondí con crueldad un inteligible sarcasmo felino: -Plomo no, mijito, lo estrictamente INnecesario. Le di la propina, las gracias y me despedí entre avergonzada y preocupada porque se me estaban acabando las manos que cargaran el fulano equipaje. Y una vez más, menos mal que Eduard me estaría esperando en el aeropuerto, porque sino quién carga ese animal!?

Abordamos el avión (vacío, claro, quién más sino yo y otro grupo de infelices incautos escoge esa hora para volver de vacaciones) y el viaje fue rápido y sereno. Christian y el bebé se engulleron los sanduchitos y en un santiamén estábamos arribando al aeropuerto de Maiquetía. Apenas aterrizamos todo el mundo comenzó a encender los celulares, cosa que me hace mucha gracia, porque parece que para la gente apagarlo y encenderlo mientras dure el viaje es sinónimo de dejar de respirar durante ese mismo lapso de tiempo. Apenas aterrizamos, todo el mundo hizo el mismo gesto: suspiraron llevando la mano al bolsillo y el pulgar a la tecla de encender el bendito aparatito. Pero, la gracia no me duró mucho. Los rumores y murmullos comenzaron a invadir la cabina y la gente comenzó a levantarse de sus asientos con un nerviosismo extraño. - Epa, qué pasa aquí? pensé. Encendí mi celular y me dispuse a salir del avión yo también. Una señora, detrás de mí, finalmente rompió el silencio de la incertidumbre… Se cayó el viaducto!.

Pensé, otra vez, menos mal que Eduard me está esperando, porque sino quién carga esos maletines tan pesados y además, cómo carajo llego yo a Caracas ahora?!. Calma, gatita, que no cunda el pánico, como decía aquel… Seguramente Eduard ya tiene todo solucionado. Salí del avión sonriente, esperaba verlo tras las correas del equipaje, ensayaba mentalmente cómo le iba a pedir al guardia que lo dejaran pasar para que cargara el maletín: imagínese señor, cómo hago, con el bebé cargado y el otro niño, eso pesa demasiado… Además, estaba ansiosa por lucirle mi nuevo pantalón blanco (nunca había tenido uno de ese color) con lentejuelas, pegadito y a la cadera, además mi blusita escotada y sexy, y por supuesto mi bronceado de fantasía… je, je, je, se le iba a caer ese pelo cuando me viera!

Llegué a las correas, Eduard no estaba. Las colas y el alboroto por los taxis eran terribles. Tomé el celular y marqué el número que me salvaría de este desastre. Un repique… dos repiques… tres repiques… mis nervios se erizan. Por fin!: - Aló!. –Hola!. –Ya llegué. –Dónde estás tú?. –QUÉEEEEEEEEE? –Pero, y entonces?. –Yo cómo hago?. –Esos bolsos pesan demasiado y cómo hago con los niños?!. –Pero, entonces?! –Cómo hacemos?, cómo vas a hacer?! Esto es un desastre!.-Tú te volviste loco?! –Cómo me voy a quedar aquí?, hasta cuando?, sin saber nada? cómo hago? no sé cómo vas hacer, pero vente ya!.

La desesperación que sentí al pensar que tendría que cargar el bolso no me dejaba pensar en lo grave de lo que estaba ocurriendo… Tuve que colgar. Lo único que sensatamente entendí fue: -Tranquilita, mami si?, yo te voy a rescatar como sea…
Tan bello! Me volví hacia la maquina dispensadora de carritos portaequipaje. Leí las instrucciones. Costo Bs. 5.000,00. Acepta billetes de Bs. 500.00, 1.000,00, 2.000,00 y 5.000,00. Monedas de Bs. 500,00. Introduzca el pago exacto y espere a que la unidad sea liberada. Conseguí en el fondo de mi cartera cinco mil bolívares en monedas de quinientos (las guardo para la alcancía) pero la máquina no las aceptó. Probé con un billete de mil y dos de dos mil. La máquina no los aceptó. Probé con tres billetes de mil y uno de dos mil… LA CONDENADA MAQUINA NO LOS ACEPTÓ Y NO TENGO UN SOLO BILLETE DE CINCO MIL! Respiro profundo. Derrotada por la cochina máquina me regreso a las correas. Respiro profundamente otra vez y le doy las instrucciones a mi hijo mayor: -Christian, toma de la mano a tu hermano y no lo sueltes por nada del mundo, voy a ver cómo bajo el maletín, el coche, las cajas de los juguetes y los dos bolsos de esta cosa.

En el primer intento, fue imposible mover el bolso grande. Así que saqué primero los pequeños, el coche y las cajas y dejé para mi último aliento el fulano bolso. Respiré, me cuadré y lo alcancé. Apenas pude moverlo un poco más hacia el borde de las correas… Una vuelta más… Tercer intento… Dos garritas menos y… Listo! El bolso por supuesto, no lo levanté, pesaba demasiado. Lo halé de manera tal que rodando, pudiera caer al suelo y una vez logrado mi cometido venía la segunda parte… Le pregunté a la muchacha que estaba chequeando el equipaje respecto a lo que estaba pasando con lo del viaducto y cómo estaba haciendo la gente para ir a Caracas. Otro de sus compañeros se nos acercó cuando ella me relataba el desastre y la confusión que había afuera, lo imposible que era tomar un taxi o el autobús y el muchacho me aconsejó (ese fue un ángel) que no saliera de la zona de las correas, porque aunque afuera estaban los cajeros automáticos, allí adentro había baños, restaurantes y otras tiendas, además había sillas para que pudiera esperar tranquila con los niños. Me facilitó un carrito y lo vi a punto de parir para subir en él los bolsos. Me resigné a pasar allí quién sabe cuánto tiempo. Eran las 8:43 a.m. -Busquemos un sitio donde esté todo cerca y esperemos que Papá nos pueda venir a salvar. Vente Christian.

Fue comiquísimo ver como Christian, con toda la intensión de ayudarme, se dispuso a empujar el carrito que llevaba los bolsos. Todo el impulso que su menuda humanidad le concedió se le fue en decirme: -Mamá no puedo! -Tranquilo hijo, lleva tú a tu hermano en el coche que yo me encargo de eso… Tampoco era que yo pudiera mucho. Y menos con los tacones que cargaba ese día! Pero como pude lo hice rodar para darme cuenta que por la falta de mantenimiento y el peso del equipaje, al carrito le sonaba hasta la pintura! Las rueditas hacían un ensordecedor rechinar que obligaba a todo el mundo a voltear y mirarnos, mientras reían y se tapaban los oídos. Para colmo y entre comentarios de algunos (“-Señora le compro los pajaritos…”, “-Señora lleva cochinos de contrabando?...”, “-Usted como que se trajo los perniles que le sobraron en navidad, pero vivos!”...., etc.), no podía decidir donde instalar la espera y recorrimos el aeropuerto de cabo a rabo con el carrito chillón un par de veces.

Finalmente, encontramos el lugar perfecto: poca gente, cómodas sillas, un restaurante de desayunos y el Burger King al frente, vista a la pista de aterrizaje… no podía ser mejor! Allí me instalé con mis retoños. Compré el periódico, leí los titulares (lo único que suelo leer en los diarios) y la espera se prolongó entre el desayuno, los juegos de los niños, la tortura de cambiar los pañales al bebé en un baño público, los reclamos de la hora de dormir y “-Mamá quiero dar una vuelta…” “-Está bien hijo, pero sin marearte y no te salgas de ese cuadrito” (refiriéndome a la losa del piso). Cuando Eduard me llamó para avisarme que estaba llegando al aeropuerto, hacía la cola para almorzar en el Burger King. Era exactamente la 1 y 20 minutos de la tarde. Salimos de la cola. Y nos dirigimos a la salida… Y allí estaba él. Nos abrazamos más por haber logrado reunirnos antes del anochecer que por el tiempo que teníamos sin vernos. Luego de los piropos, los abrazos y besos a los niños, finalmente Eduard cargó el bolso, con el amor suficiente para levantarlo (porque el amor lo puede todo: hasta hacerse el fuerte para lucirse en esos momentos cumbres, je, je, je, je) Lo cargó dos metros y con disimulo, lo puso en el suelo, llamó a un maletero para que los cargara y se dirigió a mí… -Qué voy a estar cargando bolsos yo? Yo lo que quiero es abrazarte… Tengo que admitir que fue buena la excusa para no admitir que el bolso era “incargable”… Nos dirigimos al carro que mi cuñado nos prestó para salir del problema del traslado (un rústico) y emprendimos la marcha a Caracas por Galipán.
Tuve suerte, debo admitirlo. Por un momento pensé que si Margarita se me había convertido en una lágrima, Caracas también. Pero no fue tan traumático a la final llegar a Caracas. El paseo estuvo lindísimo (yo no conocía esos lugares). El clima divino. Los paisajes preciosos y de paso, para coronar… Unas fresas con crema en el camino que sabían a gloria! Llegamos a Caracas en una hora y media disfrutando del camino sin prisas y cuando puse un pié en mi casa y vi por televisión y en los periódicos lo que tuvo que sufrir otra gente menos afortunada, me di cuenta de que quizás Margarita sea una lágrima, pero su Virgencita del Valle no abandona a sus margariteños ni dentro ni fuera de ella. Así que los invito a visitar mi islita, el Santuario de La Virgen y mi adorado pueblito: San Juan… Lo demás es playa y rumba no más!

20 enero 2006

Margarita es una lágrima (II Parte: La Estadía)




Comencé mi entrega anterior con el versito de este polo… Margarita es una lágrima, que un querubín derramó… Y derramó muchísimas. Pues no paró de llover. Mi estadía transcurrió entre largas tertulias familiares, cajitas de Brama Light, algunas botellitas mayores de edad (y a palo seco… tenía que aprender), unas que otras Smirnoff y café (aunque hablaban de escasez). Mi mamá ya estaba preocupada, creía que me había alcoholizado! Parecía no darse cuenta que los que compraban y servía la cañita eran ellos… En realidad me vengué por lo sano de la abstinencia que me azotó desde que dejé la Isla. A pesar de lo lluviosa de mi estadía, la pasé muy bien con ellos, como siempre. Somos muy numerosos, unidos y parranderos todos. La más “sanita” siempre fue mi mamá, pero cosa de mujer inteligente, aprendió a gozarse las parrandas para acompañar a mi papá. Ella es de Santa Teresa del Tuy, criada aquí en Caracas, de carácter tranquilo y sereno. Papá en cambio, nació en la misma calle donde vivimos siempre. Margariteño - Sanjuanero de pura cepa, parrandero, echador de broma y aficionado a cantar. Románticos (los dos) como nunca he conocido a nadie!. Ella es mi heroína, es la propia gatita que aprendió a ladrar para defender lo suyo.

Pero hablaba de mi estadía… como describirla!. Tiene que ver mucho con lo que es mi pueblo. Mi San Juan. La foto que acompaña esta entrada es La Plaza Antonio Díaz. Contrario a los demás pueblos de este país, la plaza principal aquí no es la Plaza Bolívar, que en el caso de mi San Juan queda un tanto lejos de ésta y es más pequeña y desolada. Verán en la foto el sol que reluce en el clarito azul y de fondo unos hermosos cerros. Esa es la iglesia y el edificio que está detrás (el más grande del municipio Díaz, de tres pisos, es mi Colegio). Así es el sol de mi tierra. Calientito y reluciente. Lo vi muy poco en este viaje, también andaba de vacaciones. Digo que mi estadía tuvo que ver mucho con lo que es mi pueblo porque allá se hacen las cosas de acuerdo a como amanezca el día. Si hay sol, las calles son desiertas y polvorientas. Nadie sale con ese solazo! A menos, claro, que sea rumbo a la playa. Y si llueve, parece que la gente jugara con las escampadas. Apenas escampa un poquito sale todo el mundo a la bodega o la panadería y vuelve rapidito a ocultarse en casa antes de que empiece a llover otra vez.

Allá, como en todo pueblo pequeño, todo el mundo se conoce. Y si no te conocen, hay una pregunta obligada que te hacen después que te presentan a alguien: - Y… de quién eres tú mijoooooooo? Se refieren a “de quién eres hijo”, de donde vienes y qué haces lo inferirán a raíz de lo que respondas. Cuidado, les advierto que es peligroso esto… je, je, je, je. En fin.

No hay mucho que hacer allá. Estar con la familia, descansar. Si quieres ir de compras, hay que “viajar” a Porlamar o a Juangriego. Y digo viajar, porque es literalmente lo que se hace. Porlamar está a escasos veinte minutos de distancia en carro particular, pero si te vas en autobús… puede tomarte hasta una hora! El gentilicio sanjuanero hará que el autobús se detenga cada cincuenta metros, los chóferes se pararán a saludar a cuanto compadre consigan en el camino y los pasajeros no pararán de exigir la parada con un típico “échame por aquí mijoooooooooo”. Fui a Porlamar unas dos o tres veces. Me pareció tan desolada, tan vacía, tan poquita. Antes veía las avenidas Santiago Mariño y 4 de Mayo como lo máximo, lo más desarrollado, ufff! Y conste que además he vivido en Puerto La Cruz, en Cumaná y conozco otras regiones, pero creo que estar todo este tiempo afuera me desacostumbré sin darme cuenta. Caracas es tan distinta. No me habría dado cuenta de lo adaptada que estoy ya a esta ciudad si no hubiera visitado mi tierra. Eso si, limpiecita. Tengo que reconocerlo. El centro de Porlamar siempre fue un desorden. Y sigue siéndolo, pero está limpia. El primer día en Porlamar hice un mercado de bronceadores y protectores solares para mí y mis retoños. Además, compré ropita y regalitos como la propia “turisñera “, como decimos allá. Los traje casi intactos, porque como dije al principio, “llovió, llovió, llovió y llovió… desde aquel día no paró!” Como dice la canción.

Pero lo que si disfruté muchísimo fue mi navidad en familia. Las parrandas de mi pueblo. Mi casa toda empolvada y recogida el 24 de diciembre en la mañana porque muy a lo venezolano, aún estaban pintando. La musiquita de Billo´s sonando a todo volumen aquí y allá. Las hallacas, las hicimos el 31 de diciembre, que de paso, las hicimos bajo la romántica luz de las velas porque se fue la luz como a las 7 y regresó como a las 10 de la noche! Las del 24 de diciembre las compramos hechas. Tuvimos cenas, intercambio de regalos, el Niño Jesús de los niños de la casa fue bien generoso este año y gracias a Dios, lo más importante, pudimos reunirnos todos después de dos penosos y largos años.

En casa tenemos un estilo particular de celebrar. El 24 de diciembre es sólo para los chamos y nosotros los grandes solo nos “jartamos” de comida. Pero el 31 de diciembre… je, je, je, es para nosotros los adultos. Allá no se va a la discoteca a recibir el año nuevo…. Noooooooooooo! Pecado. Me desheredarían si cometiera semejante atrocidad. Allá, después de cenar y recibir el año nuevo, hacemos un intercambio de regalos y se juntan las habilidades de cada quién. Entre todos formamos una parranda: papi canta, mami aplaude, mis hermanas y yo tocamos cuatro, mis hermanos tocan bajo, tambor, maracas y hasta furruco, uno de mis tantos primos (criado muy cerquita de nosotros) toca la mandolina y hace los arreglos por ser el más “entendido”. Se dejan oír desde aguinaldos y parrandones, malagueñas, polos y galerones, gaitas, merengues y joropos, hasta boleros y rancheras! Celebramos no sólo la llegada de un nuevo año, sino además el cumpleaños de la abuela (y particularmente este año que alcanzó los 80). Desde que tengo uso de razón esto ha sido así en mi casa y ojala, que aunque no siempre pueda estar con ellos, esto siga siendo así.

La parranda nos dio hasta las cinco y media de la mañana, los hombres siguieron a hacer las paradas correspondientes (visitas con el parrandón a casa de vecinos, amigos, novias y otros familiares) Las mujeres nos quedamos en casa (al menos las casadas) a esperar que regresen, a golpe de mediodía del 01 Enero, cansados y trasnochados, cómicamente transformados en una banda de borrachos que cantan las mismas canciones de la noche anterior pero en un ritmo más lento y en un lenguaje menos entendible… je, je, je. Regresan para tomarse el respectivo sancocho de gallina, preparado con el resto de las gallinas que despechugamos para la ensalada. Con esto se repotencian para continuar hasta la noche.

Finalmente, no fui a la playa. O bueno, si fui, pero no había sol. Paseé en Porlamar, fui obligada al Sambil, visité el Santuario de La Virgen del Valle y otras diligencias menos importantes. Me traje de Margarita, aparte de unos kilitos demás, todas las cosas bonitas que vive la gente simple y sencilla en los pueblos donde aún la palabra de un hombre vale más que un contrato. Me traje de Margarita una sonrisa gigantesca y muchas ganas de seguir echándole pichón. Y lo mejor de todo… Dejé allá la nostalgia triste que me ahogaba desde que me vine a vivir a Caracas. La cambié por los recuerdos maravillosos que me harán volver cada vez que pueda y la paz interna de saber que ya no soy una Margariteña que naufragó aquí en Caracas, ni una Caraqueña que encalló en Margarita. Ahora soy felizmente de aquí y de allá!

Besos Margarita mía.

(Próxima entrega: El Regreso)

13 enero 2006

Margarita es una lágrima (I Parte: La Ida)


Que un querubín derramó, no recuerdo el verso que sigue, el hecho es que en perla se convirtió Y efectivamente, así es. Igualita que una perla, Margarita, mi isla adorada es cara, rara y única! Pude comprobarlo durante mi estadía allá, con mi familia, en estas vacaciones. Para empezar, me fui en avión porque contrario a lo que todo el mundo me decía, me salía más barato que en el ferry. Increíble. En 35 minutos estaba pisando suelo margariteño, lo que me hubiera costado en ferry al menos 5 horas y el stress de viajar con un bebé de 1 año y otro maleante de 11! Je je je. Me refiero a mis hijos, que no son nada tranquilos. Normales pues.

El día que me fui aún teníamos viaducto. Pero no dejó de ser insólito. No entiendo porqué en todas las ciudades que conozco de este país, es un misterioso calvario llegar al aeropuerto si no tienes carro propio. El de aquí (Caracas) no se queda atrás! Mi vuelo salía a la 1pm, pero te exigen estar allí por lo menos 2 horas antes! Y eso que ya había comprado el boleto y tenía confirmado todo. No sé porqué exigen tanta antelación. Talvez para tener suficiente tiempo de pensar en como resolver cualquier imprevisto en este país de impredecibles. Siempre pasa algo, siempre. Aquí lo cotidiano es lo fortuito. Ojo, no me gusta hablar mal de mi país y detesto oír a quienes lo hacen. Al contrario, estas cosas insólitas de la venezolaneidad (si puede decirse así) son las cosas que me hacen amar esta tierra como a mí misma! Aquí todo es una aventura. En fin. Como mi vuelo salía a la 1:00pm y tenía que estar 2 horas antes, es decir a las 11:00am, tenía que salir de Caracas hacia Maiquetía por lo menos a las 9:00am y ya que no tengo carro, debía salir de mi casa por lo menos a las 7:00am para llegar al Terminal de autobuses que van al aeropuerto desde Bellas Artes, a golpe de 8:00am. Con esto daría una hora para que mi equipaje fuera cargado al autobús y llegaran suficientes personas para que el mismo saliera con un número aceptable de cupos llenos. Claro, no hay que pasar por alto, que para salir de mi casa a las 7:00am tenía que levantarme a las 5:00am, tomando en cuenta que mi vida transcurre entre tres hombres que hay que arrear para que se levanten, se bañen, se vistan, se digan al espejo lo guapos que están y demás hierbas. Y por supuesto, yo tenía que, al menos, peinarme! (Soy la mujer de la casa, no?).

Así hice, me levanté a las 5:00am, Eduard y Christian 40 minutos y no menos de 20 órdenes después. Salimos de casa a las 8:30am porque somos demasiados (4 personas) para ponernos de acuerdo en algo y cumplirlo. Tomamos un taxi hasta el servicio de autobuses que va al aeropuerto (ni loca pago 80 mil Bs. Para que me lleven al aeropuerto si puedo irme igual con aire acondicionado, cómodamente sentada y tengo quien cargue mi equipaje por la módica suma de Bs. 7.000!) En fin, esperamos alrededor de media hora y salimos rumbo a Maiquetía a las 10:10am. Todo fue muy bien al principio: El día bonito, el tráfico normal pero fluido, un poco retrasados para mi cálculo, pero nada de morirse. Pasamos el viaducto, los dos túneles y escasos kilómetros de La Guaira... La mamá de las colas! No lo podía creer! Llegué al aeropuerto a las 12 del día! Madre santa! dos horas en las que creí que se me iba la vida entre mis nervios y tratar de calmar los de mi hijo mayor. Mientras cancelaba el seguro de viaje de mi bebé, entregaba las partidas de nacimiento, chequeaban el equipaje y pagaba las tasas, me apuraban desde el otro lado del vidrio porque ya estaban abordando mi avión... Finalmente la despedida, porque Eduard no viajó con nosotros (alguien tiene que trabajar para que yo pueda viajar en diciembre, je, je, je, je, pobre). Pasé por el detector de metales y seguí hacia la puerta de embarque. Mis nervios ya estaban bien a prueba cuando escucho un lejano y desesperado: MAMÁAAAAAAA! Volteé casi con la misma facilidad que Lindad Blair en El Exorcista para ver a mi hijo Christian detenido por los guardias del aeropuerto. Al tiempo que emprendí la marcha hacia él, la señorita que recibe los boarding pass me decía: - Apúrese señora que el vualo ya va salire... Meneando la cabeza cual perrito de autobús y gesticulando la boca como si estuviera comiendo mamón. Aunque esto me choca, yo sólo pensaba en qué había hecho ahora mi marcianito mayor?!

Christian estaba en la misma posición de Cristo mientras lo despojaban, como el Hermano Cocó, con el detector de metales. Quítate el morral. Pasa otra vez. Y otra vez la alarma. La señorita que vigilaba la pantalla me dijo: -Señora, el niño lleva una tijera. - Dios santo! Pero para qué traes una tijera Christian!? Alcancé a preguntarle desesperada! - Me la dio mi abuela por si la necesitaba... Me respondió el pobre inocente.

Igual que en las comiquitas, sentí que mi cara se puso roja y comenzó a salir humo de mis oídos mientras sonaba el silbato del límite de mi paciencia! Cómo se le ocurrió semejante idiotez a mi suegra?! Con qué perverso propósito viperino le habría dado a Christian tan imprudente (e inoportuno?) "regalito"?... Al mismo tiempo Eduard, desde el otro lado del vidrio me hacía señas para que me apurara, sin la menor noción de lo que estaba ocurriendo, lo cual rebasó mis límites y descargué con toda mi contundencia la explicación que se merecía desde donde yo estaba: - Cómo quieres que haga si la LOCA de tu mamá le regaló un arma blanca a tu hijo!?.... je, je, je, je. Me sentí tan bien cuando todas las miradas de desaprobación que pesaban sobre mí se volvieron hacia la cara de sorpresa que tenía él! Recogí el morral, entregué la tijerita (de esas inútiles y plegables que veden en los abarrotes chinos) y le dije al guardia: - Llévesela al señor, yo me encargo del pichón de terrorista que está cultivando mi suegra. Y casi arrastrándolo me empujé a millón hacia la puerta de salida.

Cuando finalmente entré al avión llevaba, sin saber de dónde salieron, un cerro de revistas y folletos turísticos, papelitos, volantes y caramelos, el bebé en un brazo y Christian de la otra mano arrastrando el morral. De un vuelo que supuestamente estaba full y para el que me dieron el cupo por "solidaridad" navideña, estaban vacíos la mitad de los asientos. Las revistas y papelitos cayeron unas tres veces al pasillo hasta que nos sentamos y finalmente, en 35 minutos estaba yo en mi adorada Margarita. Me recibió un sol radiante, el cielo increíblemente azul, la brisa era una caricia infinita con perfume de mar. Un aeropuerto en remodelación, el olor a tirita de tanga de los maleteros y los taxistas peleándose con "los patas blancas" por su territorio. Esa es mi islita, mi Perla del Caribe!. Lo que no sabía era que ese era el último día soleado que vería hasta el día de venirme. Las calles me parecieron tan solas y la paz tan aplastante. Increíblemente me acostumbré a Caracas y a su desastre. Si no salgo de aquí no me hubiera dado cuenta de lo normal que es mi vida desde que sufro de stress.

Mi hermano me esperaba descaradamente con "la otra" (el segundo frente) y pensé, cosa de provincianos andar exhibiendo a la "come muslo" (como decimos allá) pa'todos lados! Después se queja porque su novia es una cuaima. En fin, finalizado el abrazo fraterno, la sonrisita hipócrita de "la que te conté", las bendiciones, los "qué grande estás!" a los sobrinos y el reporte del tiempo (hace calor... y el otro contesta: -umjú, calor hace). Salimos del aeropuerto rumbo a mi pueblo con sus calles desoladas, su calor incandescente y sus viejitas sentadas en las puertas de las casas para ver a la mujer de quién con quién, a qué hora y cómo, para tener de qué hablar en la cena mientras las gallinas se echan en las ramas del patio y el sol dice adiós porque vienen los zancudos. Bienvenida a Margarita muchachaooooooo! Christian estaba tan feliz que no paraba de hablar y Carlitos, el bebe, me miraba inquisitivamente, como preguntándome: por qué me trajiste para acá? Quién ese señor? Dónde está mi papá? Me porté mal?...

En la segunda entrega: La estadía.