Ya nada importaba…
Aquel beso marcó el final de muchas historias y el principio de la única que tendría sentido completo para mí hasta el sol de hoy.
Los encuentros eran distintos. Las miradas eran distintas. Los riesgos eran distintos. Pero estaba decidida a todo o a nada. Para mí, no hay términos medios. No hay grises. No hay matices. La vida es lo que es. La gente es lo que es. Se siente o no se siente.
Aún así, reservaba en mis silencios aquel volcán de cosas. Me convencía cada día más de lo que ya sabía porque entre otros detalles siempre todo salía sin forzarlo. Sin buscarlo. Sin procurarlo. No tenía que preocuparme en verlo o hacer una cita. Salía siempre de la casa o la oficina con la certeza de encontrarlo y siempre lo encontraba.
Una noche salimos después del trabajo. Me llevó a un Restaurant llamado “Los Mesones de San Juan”. Era una hacienda preciosa. Un lugar, como a mi me gusta, de arquitectura rústica y colonial. Sencillo. Los mesones y las sillas de madera. El techo de varas amargas de mangle y tejas. Las paredes tenían acabado de bahareque pero pintadas de blanco. Como las casonas viejas. Árboles y más árboles. Velas en la mesa. Era un sitio abierto que te transportaba a alguna hacienda de nuestra época colonial. La comida, la música, su compañía. Todo era perfecto.
Después de algunos tragos me levanté y fui al baño. De regreso a la mesa, percibí en su rostro algo que no estaba cuando me levanté. Y, cuando iba a sentarme, escuché:
- Esta canción va a dedicada a Maigli… Para ti, especialmente, de Eduardo.
El corazón se me iba a salir del pecho. Mis manos temblaban y no podía contener las lágrimas! El grupo que tocaba aquella noche comenzó a interpretar “Mi Delirio”. El mismo bolero que había escrito en mi cuaderno y la letra finalmente cobró vida. Claro que la había oído! Claro que la había escuchado antes! Cómo no? Siendo mi padre fanático de los boleros y las rancheras. Pero hasta entonces no significaba nada. La música, las canciones, la poesía, los libros, el arte, es inerte hasta que comienza a formar parte de nuestras vidas. Hasta que les damos vida con nuestros propios sentimientos. Aquella canción, aquella noche, fue una sentencia: Sí, Esto es lo que quiero en mi vida. Esta emoción. Esto que siento.
Un mes después sucedió la “Fiesta Inolvidable”. Un evento de la empresa para celebrar el Día de la Marina Mercante. Lucí mis mejores galas y busqué en sus ojos una vez más en la distancia del secreto, en la lejanía del respeto y en el abismo de una relación imposible, si sentía lo mismo que yo. Y lo encontré.
La noche siguiente, alrededor de la una de la madrugada y tras una larga discusión sin sentido, tomé mi uniforme y cuatro trapos más. Algunas cosas de mi hijo y las metí en un morral. No necesitaba nada más que decir Adiós. Y así fue.
Me separé y dediqué el resto de mi vida a sentir y a disfrutar lo que siento. Dulce o amargo. Cálido o frío. La tristeza, la alegría, la nostalgia, la incertidumbre, el dolor, cada suspiro, cada aliento, cada carta, cada despedida, cada re-encuentro. Cada final y cada principio con él.
Me costó dos años más poder dormir a su lado una noche completa sin la angustiosa certeza de tener que irnos. Vinieron en esos años tres separaciones eternas y difíciles en las que creí que se me acababa el mundo. Transcurrieron momentos duros, muy, muy duros. Y yo?… plantada en lo que quería. Segura de lo que era, de lo que sentía. Todo el mundo me dio la espalda. Nos dieron la espalda. Nos quedamos solos contra el mundo. Y salimos adelante, incluso de la nada.
Hoy, lo miro y sonrío inevitablemente. A veces me provoca ahorcarlo. A veces, me provoca abrazarlo para siempre. A veces me provoca recoger su desorden y ponerlo en la puerta de la calle. A veces siento que si no regresa una noche, me muero.
Hace diez años de aquella historia de momentos amargos y de momentos dulces. De momentos en los que reímos y momentos en los que lloramos. Canciones y cartas. Cartas, una caja repleta de ellas que suman más de ochocientas en tres años y un cerro de tarjetas telefónicas para llamarnos. No había mensajitos de celular. No había Internet. La distancia era cruel y solo funcionaba la intuición. El destino. Los encuentros fortuitos. La suerte. LA CONFIANZA.
Hoy, estamos juntos y nos reímos del mundo en nuestra complicidad.
Hoy, siento el mismo mareíto que sentí con el primer beso. Y me mata de nervios esperarlo.
Hoy, sigue siendo inconfundible el olor de su piel, sólo que ahora es imprescindible en mi almohada.
Hoy, seguimos siendo los mismos de hace diez años, solo que nos amamos más. A veces nos abrazamos, compartimos un vinito y escuchamos nuestras canciones. A veces lloramos de sólo recordarlo. Nos reímos y nos besamos entre suspiros. Nos miramos a los ojos y sonreímos y entonces suelo escucharle decir en la cotidianidad de sus cosas:
- Ya, vale déjame tranquilo! Qué me hiciste? Tú me echaste alguna vaina en el café. Alguna brujería, chacumbele, una vaina de esas…
- Yo? Yo no te hice nada. Tú caíste soliiiiiiiiito…
- Nada? Yo creo que sí! Te me metiste por los ojos! Arribista, igualada, trepadora, anidadora, abusadora!
- Ja, ja, ja, ja, ja… Te amo
Aquel beso marcó el final de muchas historias y el principio de la única que tendría sentido completo para mí hasta el sol de hoy.
Los encuentros eran distintos. Las miradas eran distintas. Los riesgos eran distintos. Pero estaba decidida a todo o a nada. Para mí, no hay términos medios. No hay grises. No hay matices. La vida es lo que es. La gente es lo que es. Se siente o no se siente.
Aún así, reservaba en mis silencios aquel volcán de cosas. Me convencía cada día más de lo que ya sabía porque entre otros detalles siempre todo salía sin forzarlo. Sin buscarlo. Sin procurarlo. No tenía que preocuparme en verlo o hacer una cita. Salía siempre de la casa o la oficina con la certeza de encontrarlo y siempre lo encontraba.
Una noche salimos después del trabajo. Me llevó a un Restaurant llamado “Los Mesones de San Juan”. Era una hacienda preciosa. Un lugar, como a mi me gusta, de arquitectura rústica y colonial. Sencillo. Los mesones y las sillas de madera. El techo de varas amargas de mangle y tejas. Las paredes tenían acabado de bahareque pero pintadas de blanco. Como las casonas viejas. Árboles y más árboles. Velas en la mesa. Era un sitio abierto que te transportaba a alguna hacienda de nuestra época colonial. La comida, la música, su compañía. Todo era perfecto.
Después de algunos tragos me levanté y fui al baño. De regreso a la mesa, percibí en su rostro algo que no estaba cuando me levanté. Y, cuando iba a sentarme, escuché:
- Esta canción va a dedicada a Maigli… Para ti, especialmente, de Eduardo.
El corazón se me iba a salir del pecho. Mis manos temblaban y no podía contener las lágrimas! El grupo que tocaba aquella noche comenzó a interpretar “Mi Delirio”. El mismo bolero que había escrito en mi cuaderno y la letra finalmente cobró vida. Claro que la había oído! Claro que la había escuchado antes! Cómo no? Siendo mi padre fanático de los boleros y las rancheras. Pero hasta entonces no significaba nada. La música, las canciones, la poesía, los libros, el arte, es inerte hasta que comienza a formar parte de nuestras vidas. Hasta que les damos vida con nuestros propios sentimientos. Aquella canción, aquella noche, fue una sentencia: Sí, Esto es lo que quiero en mi vida. Esta emoción. Esto que siento.
Un mes después sucedió la “Fiesta Inolvidable”. Un evento de la empresa para celebrar el Día de la Marina Mercante. Lucí mis mejores galas y busqué en sus ojos una vez más en la distancia del secreto, en la lejanía del respeto y en el abismo de una relación imposible, si sentía lo mismo que yo. Y lo encontré.
La noche siguiente, alrededor de la una de la madrugada y tras una larga discusión sin sentido, tomé mi uniforme y cuatro trapos más. Algunas cosas de mi hijo y las metí en un morral. No necesitaba nada más que decir Adiós. Y así fue.
Me separé y dediqué el resto de mi vida a sentir y a disfrutar lo que siento. Dulce o amargo. Cálido o frío. La tristeza, la alegría, la nostalgia, la incertidumbre, el dolor, cada suspiro, cada aliento, cada carta, cada despedida, cada re-encuentro. Cada final y cada principio con él.
Me costó dos años más poder dormir a su lado una noche completa sin la angustiosa certeza de tener que irnos. Vinieron en esos años tres separaciones eternas y difíciles en las que creí que se me acababa el mundo. Transcurrieron momentos duros, muy, muy duros. Y yo?… plantada en lo que quería. Segura de lo que era, de lo que sentía. Todo el mundo me dio la espalda. Nos dieron la espalda. Nos quedamos solos contra el mundo. Y salimos adelante, incluso de la nada.
Hoy, lo miro y sonrío inevitablemente. A veces me provoca ahorcarlo. A veces, me provoca abrazarlo para siempre. A veces me provoca recoger su desorden y ponerlo en la puerta de la calle. A veces siento que si no regresa una noche, me muero.
Hace diez años de aquella historia de momentos amargos y de momentos dulces. De momentos en los que reímos y momentos en los que lloramos. Canciones y cartas. Cartas, una caja repleta de ellas que suman más de ochocientas en tres años y un cerro de tarjetas telefónicas para llamarnos. No había mensajitos de celular. No había Internet. La distancia era cruel y solo funcionaba la intuición. El destino. Los encuentros fortuitos. La suerte. LA CONFIANZA.
Hoy, estamos juntos y nos reímos del mundo en nuestra complicidad.
Hoy, siento el mismo mareíto que sentí con el primer beso. Y me mata de nervios esperarlo.
Hoy, sigue siendo inconfundible el olor de su piel, sólo que ahora es imprescindible en mi almohada.
Hoy, seguimos siendo los mismos de hace diez años, solo que nos amamos más. A veces nos abrazamos, compartimos un vinito y escuchamos nuestras canciones. A veces lloramos de sólo recordarlo. Nos reímos y nos besamos entre suspiros. Nos miramos a los ojos y sonreímos y entonces suelo escucharle decir en la cotidianidad de sus cosas:
- Ya, vale déjame tranquilo! Qué me hiciste? Tú me echaste alguna vaina en el café. Alguna brujería, chacumbele, una vaina de esas…
- Yo? Yo no te hice nada. Tú caíste soliiiiiiiiito…
- Nada? Yo creo que sí! Te me metiste por los ojos! Arribista, igualada, trepadora, anidadora, abusadora!
- Ja, ja, ja, ja, ja… Te amo
(Suspiros)
- Yo también “Mía, Mía”. Te amo…
Y nos fundimos en un abrazo escuchando otra de nuestras favoritas del Gran Manzanero...
- Yo también “Mía, Mía”. Te amo…
Y nos fundimos en un abrazo escuchando otra de nuestras favoritas del Gran Manzanero...
Cuando estoy contigo
no sé que es más bello
si el color del cielo o el de tu cabello.
No sé de tristezas todo es alegría,
sólo sé que eres tú la vida mía.
Cuando estoy contigo
no sé si en la brisa
hay mejor sonido que tu alegre risa
Si pones tus manos cerca de las mías
dudo de que existan madrugadas frías.
Cuando estoy contigo
no existen fracasos
todo cuanto quiero
lo encuentro en tus brazos.
Cuando estoy contigo
me lleno de orgullo
quisiera que grites
que soy todo tuyo.
Cuando estoy contigo
no sé que es más tierna
tu figura frágil
o un ave que inverna.
Cuando estoy contigo
yo cambio la gloria
por la dicha enorme
de estar en tu historia.
13 comentarios:
Ya voy entendiendo todo y el placer que te dio leer mi tarea de boleros...
Ahh lo que he hecho es suspirar y decir: "Ahhh si es cierto, los amores asi, si existen"
Ahh :)
AMEN , AMEN , AMEN
demasiado bello TOODOOOOO
y que asi sea para siempre!!!!
que siempre les dure una felicidad tan peleada y tan dificilmente conquistada :)
(los mesones de san juan me traen bellos recuerdos tambien!)
♥
Ojalá y todo siga siendo tan bello como lo describes en este escrito. Saludos.
WOW por fin llegó la tercera parte, había leído sin comentar porq esperaba leer todo... Que bello amor amiga, la verdad que es lindo saber que amores como este si existen en la vida, esos que se meten en los huesos y se convierten en esenciales para reir, para llorar, para respirar, en fin, PARA VIVIR!!!!
Una historia maravillosa... Saludos/*
ah!!! Un final felíz! lo mejor del mundo para ambos, la felicidad enorme para ustedes y toda una buena vida de amor y dicha entre los dos!!
La 3era entrega valio la pena la espera!!
ahhhhhhh amiga q intenso leerte....!
besitos ricos!
me dio mucho gusto leerte.
saludos!
ahhhhhh...q bello chica...el amor...el amorrrr....jajaja tantos placeres q da y tantas tortura q regala verdad??? bueno hay q disfrutar lo q salga chica...sacale el jugo...jejeje
mis saludos y buenos deseos para ti...
Uuyy estos tres capítulos me han gustado mucho... eres una romántica empedernida Gatica!!! Menos mal que no acabó en tragedia... (que era lo que me temía). Como dijo Tapita AMEN y yo le agrego a la felicidad!!!
Un abrazito!
saludoxxxxxxxxxxxxxx
animoooooooooooooooooooo
suerte y exitosss...
sin miedo y sin pena a vivir a ser felizzzzzzzzzzz
hola me gusta como escribes, pero no pude leer todo. Regreso a tu blog luego
A.
el amor existe es un hecho! y tanto bolero amargo alguna vez logra un final feliz por suerte
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