No pude decidir el título de este post, así que dejé los dos. Podría plantear lo que esto significa desde dos perspectivas. El literal camino hacia acá y el camino que he recorrido para estar donde estoy ahora.
El primero es más corto. Comenzaré por allí y quizás algún día si me quedan ganas (o espacio) comentaré el otro.
Salí de mi casa tarde (como siempre) y me vine como siempre a paso apretado. Para los que no me conocen tengo “suerte” de vivir a dos cuadras de mi trabajo, así que camino de ida y de vuelta. Pues bien, salí del edificio pensando en la hora y en que siempre me pasa lo mismo. Hoy terminé almorcé rápido, a la 1:35pm ya estaba desocupada, pero me pareció muy temprano para venirme a la oficina así que me acomodé a leer un “capitulito” más del libro de turno. Finalmente, no fue uno, sino tres capítulos y cuando me di cuenta eran las 2:00pm y apenas terminaba de pintarme los labios.
Siempre lucho contra el stress de tener el tiempo contado, normalmente este mal no logra abatirme y uno de mis trucos es pensar “en algo” mientras camino hacia acá. Los temas generalmente son cosas trascendentales de mi vida pero que no me aportan nervios. Trato más bien de conocerme y de “acompañarme” en el camino. Hoy no fue diferente. Venía fijándome en la gente y a media cuadra de aquí, se me ocurrió escribir sobre lo que vi y lo que pensé en el camino.
Al salir del edificio vi parado frente al intercomunicador a un señor esperando que le contestaran. Sentí un poco de miedo. No me acostumbro a Caracas y a todos los cuentos que he oído sobre la inseguridad. Uno termina sugestionándose y volviéndose paranoico con esas cosas. Luego imaginé a ese mismo señor llegando a su casa cansado esta noche y contándole a su mujer los detalles de su pesado día de trabajo aunado a la desagradable sensación de que todo el mundo lo mire con desconfianza por ser un simple albañil que no va de traje y corbata en estas “zonas” del este caraqueño. Sentí antipatía por mi misma y desaprobación. Yo no soy así, al contrario, la gente humilde en su aspecto, actitud y modales es la que más cómoda me hace sentir. Sí, definitivamente debo dejar de oír tantas historias trágicas y terroríficas de inseguridad. Al menos, no debo dejarme sugestionar con esas cosas al punto de pre-juzgar a alguien por su apariencia. Está bien, uno nunca sabe, pero tampoco es bueno pecar de prejuiciosa.
Media cuadra más adelante me topé de frente con dos liceístas. Dos jóvenes lindísimas con sus uniformes de bachillerato, falda azul marino y chemisse beige. Una le decía a la otra: - Y me dijo: no te preguntó si tenía novio? Y yo le dije: no sé, no me acuerdo, yo creo que sí. Inmediatamente volví a tener su edad. Tendrían qué? 15, 16 años? Más o menos. Por un momento me pareció chocante escuchar dos niñas hablando de novios y esas cosas, pero de repente y sin darme tiempo de pensar en esto, recordé que a esa edad y vestida de liceísta igual (excepto porque yo nunca usé falda), pensaba en lo mismo. Y no sólo en lo mismo, sino que además, para aquellos años yo estaba de novia con el “amor de mi vida”!. Así, literalmente. Lo que no sabía es que lo perdería circunstancialmente unos cuatro años más tarde y luego irremediablemente (y para siempre) unos tres años después. Hoy lo pienso en frío y todo aquello me parece que hubiera sido ayer. Yo sigo siendo la misma. Talvez un poco menos ingenua y con un carácter más férreo e inflexible que en aquella época. Pero me siento igual. Han pasado diez años desde que él murió y me pregunto hoy si vería las cosas de otra manera si él aún viviera. Seguimos caminos diferentes, inconscientes de lo que desperdiciábamos. Afortunadamente, poco tiempo antes de su trágica muerte comprendimos que éramos uno para el otro el “amor de nuestras vidas”, él para la mía y yo para la de él, me queda al menos esa paz con mi conciencia. Pero sigo preguntándome si pensaría igual aún cuando él hubiera tenido otro destino.
Es increíble cómo nos pasa la vida por un lado y si no nos detenemos a pensar no nos damos cuenta. Amores han ido y venido a mi vida desde entonces. Unos más profundos, otros menos intensos. Cada uno diferente. Pero todos con algo en común: la fugacidad. El de él se quedó para siempre. No ha cambiado. No cambió nunca. No se convirtió en “cariño” ni terminamos “como amigos”. No derivó en odios ni resentimientos. Nunca cambió, sigue intacto en mí y murió intacto en él. Otros amores vinieron después. Uno se quedó y está conmigo hoy en día. Un amor sereno, maduro, vivo. Un amor decidido, valiente y apasionado. Un amor increíblemente hermoso. Pero aquél sigue ahí. Suspendido en mi cuello. Como una medallita, un recuerdo que tiene su propio espacio en mí y que forma parte de lo que soy. Y es que sin ese amor yo no sería como soy.
Llegué a mi oficina pensando en esto y acabo de terminar de escribirlo. Las cosas que pienso camino hacia acá, no tienen tamaño para caber en las dos cuadras que recorro. Unos minutos y mira todo lo que salió! Pues bien, llegué 10 minutos tarde pero con una sonrisa de oreja a oreja, cero stress y sintiendo como si me hubieran acariciado el corazón!
A ti que ya no estás aquí pero que formas parte de mi vida, te recuerdo siempre, lo sabes y te agradezco que hayas hecho de mí lo que soy para merecer el amor que ahora tengo. Y para ti, que estás conmigo ahora, que sabes de todo esto, lo entiendes, lo aceptas y lo respetas, no hay mejor manera de demostrar cuánto me amas que de esta forma, ni tengo manera de demostrar cómo te amo por esto. Que viva el amor de mi vida que siendo tan grande cabe en dos cuadras!
2 comentarios:
Hola. Muy buen post. Muchas veces me he sentido así, sobre todo cuando veo hacia atrás, al pasado y parece que fue hace poco cuando en realidad fue hace tanto. La vida es un misterio que nunca se podra descifrar.
La vida pasa. Los amores pasan tambien. Pero los buenos recuerdos quedan y tomando lo mejor de ellos es lo que nos lleva a agradecer la felicidad que en su momento nos brindaron y por todas las buenas cosas que nos enseñaron..
Un beso linda. Te quiero. Lori
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