Comencé mi entrega anterior con el versito de este polo… Margarita es una lágrima, que un querubín derramó… Y derramó muchísimas. Pues no paró de llover. Mi estadía transcurrió entre largas tertulias familiares, cajitas de Brama Light, algunas botellitas mayores de edad (y a palo seco… tenía que aprender), unas que otras Smirnoff y café (aunque hablaban de escasez). Mi mamá ya estaba preocupada, creía que me había alcoholizado! Parecía no darse cuenta que los que compraban y servía la cañita eran ellos… En realidad me vengué por lo sano de la abstinencia que me azotó desde que dejé la Isla. A pesar de lo lluviosa de mi estadía, la pasé muy bien con ellos, como siempre. Somos muy numerosos, unidos y parranderos todos. La más “sanita” siempre fue mi mamá, pero cosa de mujer inteligente, aprendió a gozarse las parrandas para acompañar a mi papá. Ella es de Santa Teresa del Tuy, criada aquí en Caracas, de carácter tranquilo y sereno. Papá en cambio, nació en la misma calle donde vivimos siempre. Margariteño - Sanjuanero de pura cepa, parrandero, echador de broma y aficionado a cantar. Románticos (los dos) como nunca he conocido a nadie!. Ella es mi heroína, es la propia gatita que aprendió a ladrar para defender lo suyo.
Pero hablaba de mi estadía… como describirla!. Tiene que ver mucho con lo que es mi pueblo. Mi San Juan. La foto que acompaña esta entrada es La Plaza Antonio Díaz. Contrario a los demás pueblos de este país, la plaza principal aquí no es la Plaza Bolívar, que en el caso de mi San Juan queda un tanto lejos de ésta y es más pequeña y desolada. Verán en la foto el sol que reluce en el clarito azul y de fondo unos hermosos cerros. Esa es la iglesia y el edificio que está detrás (el más grande del municipio Díaz, de tres pisos, es mi Colegio). Así es el sol de mi tierra. Calientito y reluciente. Lo vi muy poco en este viaje, también andaba de vacaciones. Digo que mi estadía tuvo que ver mucho con lo que es mi pueblo porque allá se hacen las cosas de acuerdo a como amanezca el día. Si hay sol, las calles son desiertas y polvorientas. Nadie sale con ese solazo! A menos, claro, que sea rumbo a la playa. Y si llueve, parece que la gente jugara con las escampadas. Apenas escampa un poquito sale todo el mundo a la bodega o la panadería y vuelve rapidito a ocultarse en casa antes de que empiece a llover otra vez.
Allá, como en todo pueblo pequeño, todo el mundo se conoce. Y si no te conocen, hay una pregunta obligada que te hacen después que te presentan a alguien: - Y… de quién eres tú mijoooooooo? Se refieren a “de quién eres hijo”, de donde vienes y qué haces lo inferirán a raíz de lo que respondas. Cuidado, les advierto que es peligroso esto… je, je, je, je. En fin.
No hay mucho que hacer allá. Estar con la familia, descansar. Si quieres ir de compras, hay que “viajar” a Porlamar o a Juangriego. Y digo viajar, porque es literalmente lo que se hace. Porlamar está a escasos veinte minutos de distancia en carro particular, pero si te vas en autobús… puede tomarte hasta una hora! El gentilicio sanjuanero hará que el autobús se detenga cada cincuenta metros, los chóferes se pararán a saludar a cuanto compadre consigan en el camino y los pasajeros no pararán de exigir la parada con un típico “échame por aquí mijoooooooooo”. Fui a Porlamar unas dos o tres veces. Me pareció tan desolada, tan vacía, tan poquita. Antes veía las avenidas Santiago Mariño y 4 de Mayo como lo máximo, lo más desarrollado, ufff! Y conste que además he vivido en Puerto La Cruz, en Cumaná y conozco otras regiones, pero creo que estar todo este tiempo afuera me desacostumbré sin darme cuenta. Caracas es tan distinta. No me habría dado cuenta de lo adaptada que estoy ya a esta ciudad si no hubiera visitado mi tierra. Eso si, limpiecita. Tengo que reconocerlo. El centro de Porlamar siempre fue un desorden. Y sigue siéndolo, pero está limpia. El primer día en Porlamar hice un mercado de bronceadores y protectores solares para mí y mis retoños. Además, compré ropita y regalitos como la propia “turisñera “, como decimos allá. Los traje casi intactos, porque como dije al principio, “llovió, llovió, llovió y llovió… desde aquel día no paró!” Como dice la canción.
Pero lo que si disfruté muchísimo fue mi navidad en familia. Las parrandas de mi pueblo. Mi casa toda empolvada y recogida el 24 de diciembre en la mañana porque muy a lo venezolano, aún estaban pintando. La musiquita de Billo´s sonando a todo volumen aquí y allá. Las hallacas, las hicimos el 31 de diciembre, que de paso, las hicimos bajo la romántica luz de las velas porque se fue la luz como a las 7 y regresó como a las 10 de la noche! Las del 24 de diciembre las compramos hechas. Tuvimos cenas, intercambio de regalos, el Niño Jesús de los niños de la casa fue bien generoso este año y gracias a Dios, lo más importante, pudimos reunirnos todos después de dos penosos y largos años.
En casa tenemos un estilo particular de celebrar. El 24 de diciembre es sólo para los chamos y nosotros los grandes solo nos “jartamos” de comida. Pero el 31 de diciembre… je, je, je, es para nosotros los adultos. Allá no se va a la discoteca a recibir el año nuevo…. Noooooooooooo! Pecado. Me desheredarían si cometiera semejante atrocidad. Allá, después de cenar y recibir el año nuevo, hacemos un intercambio de regalos y se juntan las habilidades de cada quién. Entre todos formamos una parranda: papi canta, mami aplaude, mis hermanas y yo tocamos cuatro, mis hermanos tocan bajo, tambor, maracas y hasta furruco, uno de mis tantos primos (criado muy cerquita de nosotros) toca la mandolina y hace los arreglos por ser el más “entendido”. Se dejan oír desde aguinaldos y parrandones, malagueñas, polos y galerones, gaitas, merengues y joropos, hasta boleros y rancheras! Celebramos no sólo la llegada de un nuevo año, sino además el cumpleaños de la abuela (y particularmente este año que alcanzó los 80). Desde que tengo uso de razón esto ha sido así en mi casa y ojala, que aunque no siempre pueda estar con ellos, esto siga siendo así.
La parranda nos dio hasta las cinco y media de la mañana, los hombres siguieron a hacer las paradas correspondientes (visitas con el parrandón a casa de vecinos, amigos, novias y otros familiares) Las mujeres nos quedamos en casa (al menos las casadas) a esperar que regresen, a golpe de mediodía del 01 Enero, cansados y trasnochados, cómicamente transformados en una banda de borrachos que cantan las mismas canciones de la noche anterior pero en un ritmo más lento y en un lenguaje menos entendible… je, je, je. Regresan para tomarse el respectivo sancocho de gallina, preparado con el resto de las gallinas que despechugamos para la ensalada. Con esto se repotencian para continuar hasta la noche.
Finalmente, no fui a la playa. O bueno, si fui, pero no había sol. Paseé en Porlamar, fui obligada al Sambil, visité el Santuario de La Virgen del Valle y otras diligencias menos importantes. Me traje de Margarita, aparte de unos kilitos demás, todas las cosas bonitas que vive la gente simple y sencilla en los pueblos donde aún la palabra de un hombre vale más que un contrato. Me traje de Margarita una sonrisa gigantesca y muchas ganas de seguir echándole pichón. Y lo mejor de todo… Dejé allá la nostalgia triste que me ahogaba desde que me vine a vivir a Caracas. La cambié por los recuerdos maravillosos que me harán volver cada vez que pueda y la paz interna de saber que ya no soy una Margariteña que naufragó aquí en Caracas, ni una Caraqueña que encalló en Margarita. Ahora soy felizmente de aquí y de allá!
Besos Margarita mía.
(Próxima entrega: El Regreso)
1 comentario:
Este relato esta muy bueno...me he reido y metido en él mismo,gracias por compartirlo Gata...
Un abrazo y me alegra concoer a una blogera tan directa ,entendible y sincera...miau!
La mariposa....
Hily
Publicar un comentario