Que un querubín derramó, no recuerdo el verso que sigue, el hecho es que en perla se convirtió Y efectivamente, así es. Igualita que una perla, Margarita, mi isla adorada es cara, rara y única! Pude comprobarlo durante mi estadía allá, con mi familia, en estas vacaciones. Para empezar, me fui en avión porque contrario a lo que todo el mundo me decía, me salía más barato que en el ferry. Increíble. En 35 minutos estaba pisando suelo margariteño, lo que me hubiera costado en ferry al menos 5 horas y el stress de viajar con un bebé de 1 año y otro maleante de 11! Je je je. Me refiero a mis hijos, que no son nada tranquilos. Normales pues.
El día que me fui aún teníamos viaducto. Pero no dejó de ser insólito. No entiendo porqué en todas las ciudades que conozco de este país, es un misterioso calvario llegar al aeropuerto si no tienes carro propio. El de aquí (Caracas) no se queda atrás! Mi vuelo salía a la 1pm, pero te exigen estar allí por lo menos 2 horas antes! Y eso que ya había comprado el boleto y tenía confirmado todo. No sé porqué exigen tanta antelación. Talvez para tener suficiente tiempo de pensar en como resolver cualquier imprevisto en este país de impredecibles. Siempre pasa algo, siempre. Aquí lo cotidiano es lo fortuito. Ojo, no me gusta hablar mal de mi país y detesto oír a quienes lo hacen. Al contrario, estas cosas insólitas de la venezolaneidad (si puede decirse así) son las cosas que me hacen amar esta tierra como a mí misma! Aquí todo es una aventura. En fin. Como mi vuelo salía a la 1:00pm y tenía que estar 2 horas antes, es decir a las 11:00am, tenía que salir de Caracas hacia Maiquetía por lo menos a las 9:00am y ya que no tengo carro, debía salir de mi casa por lo menos a las 7:00am para llegar al Terminal de autobuses que van al aeropuerto desde Bellas Artes, a golpe de 8:00am. Con esto daría una hora para que mi equipaje fuera cargado al autobús y llegaran suficientes personas para que el mismo saliera con un número aceptable de cupos llenos. Claro, no hay que pasar por alto, que para salir de mi casa a las 7:00am tenía que levantarme a las 5:00am, tomando en cuenta que mi vida transcurre entre tres hombres que hay que arrear para que se levanten, se bañen, se vistan, se digan al espejo lo guapos que están y demás hierbas. Y por supuesto, yo tenía que, al menos, peinarme! (Soy la mujer de la casa, no?).
Así hice, me levanté a las 5:00am, Eduard y Christian 40 minutos y no menos de 20 órdenes después. Salimos de casa a las 8:30am porque somos demasiados (4 personas) para ponernos de acuerdo en algo y cumplirlo. Tomamos un taxi hasta el servicio de autobuses que va al aeropuerto (ni loca pago 80 mil Bs. Para que me lleven al aeropuerto si puedo irme igual con aire acondicionado, cómodamente sentada y tengo quien cargue mi equipaje por la módica suma de Bs. 7.000!) En fin, esperamos alrededor de media hora y salimos rumbo a Maiquetía a las 10:10am. Todo fue muy bien al principio: El día bonito, el tráfico normal pero fluido, un poco retrasados para mi cálculo, pero nada de morirse. Pasamos el viaducto, los dos túneles y escasos kilómetros de La Guaira... La mamá de las colas! No lo podía creer! Llegué al aeropuerto a las 12 del día! Madre santa! dos horas en las que creí que se me iba la vida entre mis nervios y tratar de calmar los de mi hijo mayor. Mientras cancelaba el seguro de viaje de mi bebé, entregaba las partidas de nacimiento, chequeaban el equipaje y pagaba las tasas, me apuraban desde el otro lado del vidrio porque ya estaban abordando mi avión... Finalmente la despedida, porque Eduard no viajó con nosotros (alguien tiene que trabajar para que yo pueda viajar en diciembre, je, je, je, je, pobre). Pasé por el detector de metales y seguí hacia la puerta de embarque. Mis nervios ya estaban bien a prueba cuando escucho un lejano y desesperado: MAMÁAAAAAAA! Volteé casi con la misma facilidad que Lindad Blair en El Exorcista para ver a mi hijo Christian detenido por los guardias del aeropuerto. Al tiempo que emprendí la marcha hacia él, la señorita que recibe los boarding pass me decía: - Apúrese señora que el vualo ya va salire... Meneando la cabeza cual perrito de autobús y gesticulando la boca como si estuviera comiendo mamón. Aunque esto me choca, yo sólo pensaba en qué había hecho ahora mi marcianito mayor?!
Christian estaba en la misma posición de Cristo mientras lo despojaban, como el Hermano Cocó, con el detector de metales. Quítate el morral. Pasa otra vez. Y otra vez la alarma. La señorita que vigilaba la pantalla me dijo: -Señora, el niño lleva una tijera. - Dios santo! Pero para qué traes una tijera Christian!? Alcancé a preguntarle desesperada! - Me la dio mi abuela por si la necesitaba... Me respondió el pobre inocente.
Igual que en las comiquitas, sentí que mi cara se puso roja y comenzó a salir humo de mis oídos mientras sonaba el silbato del límite de mi paciencia! Cómo se le ocurrió semejante idiotez a mi suegra?! Con qué perverso propósito viperino le habría dado a Christian tan imprudente (e inoportuno?) "regalito"?... Al mismo tiempo Eduard, desde el otro lado del vidrio me hacía señas para que me apurara, sin la menor noción de lo que estaba ocurriendo, lo cual rebasó mis límites y descargué con toda mi contundencia la explicación que se merecía desde donde yo estaba: - Cómo quieres que haga si la LOCA de tu mamá le regaló un arma blanca a tu hijo!?.... je, je, je, je. Me sentí tan bien cuando todas las miradas de desaprobación que pesaban sobre mí se volvieron hacia la cara de sorpresa que tenía él! Recogí el morral, entregué la tijerita (de esas inútiles y plegables que veden en los abarrotes chinos) y le dije al guardia: - Llévesela al señor, yo me encargo del pichón de terrorista que está cultivando mi suegra. Y casi arrastrándolo me empujé a millón hacia la puerta de salida.
Cuando finalmente entré al avión llevaba, sin saber de dónde salieron, un cerro de revistas y folletos turísticos, papelitos, volantes y caramelos, el bebé en un brazo y Christian de la otra mano arrastrando el morral. De un vuelo que supuestamente estaba full y para el que me dieron el cupo por "solidaridad" navideña, estaban vacíos la mitad de los asientos. Las revistas y papelitos cayeron unas tres veces al pasillo hasta que nos sentamos y finalmente, en 35 minutos estaba yo en mi adorada Margarita. Me recibió un sol radiante, el cielo increíblemente azul, la brisa era una caricia infinita con perfume de mar. Un aeropuerto en remodelación, el olor a tirita de tanga de los maleteros y los taxistas peleándose con "los patas blancas" por su territorio. Esa es mi islita, mi Perla del Caribe!. Lo que no sabía era que ese era el último día soleado que vería hasta el día de venirme. Las calles me parecieron tan solas y la paz tan aplastante. Increíblemente me acostumbré a Caracas y a su desastre. Si no salgo de aquí no me hubiera dado cuenta de lo normal que es mi vida desde que sufro de stress.
Mi hermano me esperaba descaradamente con "la otra" (el segundo frente) y pensé, cosa de provincianos andar exhibiendo a la "come muslo" (como decimos allá) pa'todos lados! Después se queja porque su novia es una cuaima. En fin, finalizado el abrazo fraterno, la sonrisita hipócrita de "la que te conté", las bendiciones, los "qué grande estás!" a los sobrinos y el reporte del tiempo (hace calor... y el otro contesta: -umjú, calor hace). Salimos del aeropuerto rumbo a mi pueblo con sus calles desoladas, su calor incandescente y sus viejitas sentadas en las puertas de las casas para ver a la mujer de quién con quién, a qué hora y cómo, para tener de qué hablar en la cena mientras las gallinas se echan en las ramas del patio y el sol dice adiós porque vienen los zancudos. Bienvenida a Margarita muchachaooooooo! Christian estaba tan feliz que no paraba de hablar y Carlitos, el bebe, me miraba inquisitivamente, como preguntándome: por qué me trajiste para acá? Quién ese señor? Dónde está mi papá? Me porté mal?...
En la segunda entrega: La estadía.
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