Cuando entré a su habitación, Carlitos intentaba hacer una “vuelta-canela” en el piso. Vi que si lo lograba y le salía derecha, se golpearía los pies con el tramo inferior de la biblioteca, sin mencionar el golpe en la espalda cuando cayera en el piso. Vi como su cuello se torcía bajo su cuerpo y temí que todo su peso cayera sobre él… Si le salía torcida, se golpearía con la caja de los juguetes o con el borde la cama…Todo esto pasó por mi cabeza en segundos. Carlitos no había terminado de ponerse en posición, cuando le advertí: -¡Hijito, mejor no hagas eso en el suelo; te puedes golpear o peor, torcerte el pescuezo! -. Sus ojos se colgaron de mi advertencia con sendos ganchos de interrogación y yo, sin decir más, continué mi quehacer.
Le había dado la espalda por un segundo y cuando voltée, estaba sobre su cama intentando nuevamente su “vuelta-canela”… Otra vez puede ver claramente, que si le salía torcida iría a parar al piso y si le salía derecha, pues no dejaría de brincar en la cama, corriendo el riesgo de caerse en algún momento y golpearse. Entonces, otra advertencia: - Hijo, ya quédate quieto. No hagas eso en la cama que te puedes golpear. Juega a otra cosa.
Carlos, levantó la cara y volvió a mirarme desconcertado. Salí de la habitación y en el pasillo, se me ocurrió volver. Tal y como pensé, el muy granuja hizo caso omiso de mis advertencias y estaba a la mitad de completar su voltereta sobre la cama. Lo vi, clarito en el piso, pero, por fortuna, me equivoqué. Esta vez lo reprendí: - Carlos ¿no te dije que no hicieras eso porque te puedes caer o golpear?
Me respondió: - Pero ¡yo sé hacerlo! ¡Mira! – Lanzándose nuevamente a su hazaña.
Le contesté: -Sí, ajá, está bien. Pero ya bájate de la cama.
Muy enfadado, se sentó en la cama y me preguntó: - ¿Puedo hacerlo en el piso?
Le respondí: - Tampoco. Ya te dije que el suelo es muy duro. Te puedes golpear y es peligroso para tu cuello.
Protestó: -Pero, mamá, si yo sé hacerlo ¡Mira! – Se puso en posición de nuevo y antes de que pudiera responderle, se lanzó en otra voltereta que, apresurado para que yo no la evitara y decidido a demostrar su punto sin darme chance de discutirlo, le salió torcida.
Cayó en el borde de la cama rebotando hacia el piso y sus pies golpearon la mesita de noche tirando la lámpara al suelo. Casi automáticamente se puso de pié y me dijo, encongiéndose de hombros: -¡Pero, no me dolió nada!
Tenía el rostro pálido del susto, los ojitos a punto de llanto, el ceño fruncido en señal de furia y una sonrisa en la boca que amalgamaba todo esto. Yo lo miraba atónita. Mientras lo revisé, levanté la lámpara y lo abracé tratando de mitigar su susto, le pregunté si se había hecho daño. Me dijo que no. Le repetí mis advertencias y puse fin a sus argumentos con un rotundo: - ¡Cuando te digo que no, es no!
Salí de su cuarto y volví a lo mío.
Un rato más tarde, entré a mi cuarto. Suponía que Carlitos veía televisión, sin embargo, lo sorprendí haciendo volteretas sobre mi cama…
- ¡Carlos David! – Le grité. - ¿Estás decidido a darte un golpe, verdad? ¿No te dije que no hicieras eso?
- ¡Pero, esta cama es más grande y no me caigo por aquí, ni por aquí – dijo señalando ambos lados de la cama – y no es dura como el piso! ¡Además, yo lo sé hacer y no lloro si me caigo!
Sus argumentos me dejaron sin palabras. No porque fueran razonables o acertados. Obviamente seguía siendo un peligro y él, sólo un niño incapaz de preverlo. Pero, me dejó pensando -y con dolor de espalda-. Me di cuenta de que no es simplemente un niño voluntarioso. Es inteligente, sagaz, decidido y además está muy seguro de sus capacidades. Quizás no de modo consciente o del modo más adecuado, pero confía en ello. Claro, esto es muy sencillo cuando no se tiene noción del peligro o las consecuencias de nuestros actos, lo cual me diferencia de él, pero, él, a diferencia de mí, no está dispuesto a rendirse a pesar de los golpes y las fallas. Considera que esos golpes son parte natural de todo lo que intenta lograr. Él revisó en qué se equivocó y lo corrigió convencido de su verdad, que en este caso quizás sea: “¡Las “vuelta-canelas” son lo mejor del mundo y yo las sé hacer porque soy lo máximo!” Parece absurdo, pero para él, en ese momento, esa era, ni más ni menos, la explicación misma del mundo ¿y lo que diga mamá? Ha de pensar que: “¡por favor! ¡Sólo lo dice porque no conoce mis súperpoderes!”. Convencido de sus superpoderes ¿a qué podría temer?
El problema no está en prohibir, censurar o acabar con las “vuelta-canelas” sino en dar oportunidad al niño para que las domine sin desnucarse. Me di cuenta de que estaba pasando por encima de las verdades de mi hijo; significa tanto para mí, que no me importaba frustarlo con tal de no pasar por el trance de tener que poner hielo sobre un chichón. Me di cuenta de que lo amo pero también lo asfixio. Quizás debo confiar más en él pero sobre todo, debo respetar su espacio, su visión del mundo, su individualidad, su perspectiva, sus ideas y conceptos. Total, al final, y aunque me duela en el alma tener que curarle el chichón o comprar una lámpara nueva, más me dolería perderlo, atrofiarlo, destruir su confianza con mis miedos… preparándole el terreno a otros que mañana se aprovechen de él. Igual voy a estar ahí para ponerle hielo en el chichón hasta que aprenda. Lo difícil es aceptar que para que aprenda, quizás lo más sano es que se haga el chichón. Mientras tanto, voy contratando un seguro.
¡Besos que ladran!
Le había dado la espalda por un segundo y cuando voltée, estaba sobre su cama intentando nuevamente su “vuelta-canela”… Otra vez puede ver claramente, que si le salía torcida iría a parar al piso y si le salía derecha, pues no dejaría de brincar en la cama, corriendo el riesgo de caerse en algún momento y golpearse. Entonces, otra advertencia: - Hijo, ya quédate quieto. No hagas eso en la cama que te puedes golpear. Juega a otra cosa.
Carlos, levantó la cara y volvió a mirarme desconcertado. Salí de la habitación y en el pasillo, se me ocurrió volver. Tal y como pensé, el muy granuja hizo caso omiso de mis advertencias y estaba a la mitad de completar su voltereta sobre la cama. Lo vi, clarito en el piso, pero, por fortuna, me equivoqué. Esta vez lo reprendí: - Carlos ¿no te dije que no hicieras eso porque te puedes caer o golpear?
Me respondió: - Pero ¡yo sé hacerlo! ¡Mira! – Lanzándose nuevamente a su hazaña.
Le contesté: -Sí, ajá, está bien. Pero ya bájate de la cama.
Muy enfadado, se sentó en la cama y me preguntó: - ¿Puedo hacerlo en el piso?
Le respondí: - Tampoco. Ya te dije que el suelo es muy duro. Te puedes golpear y es peligroso para tu cuello.
Protestó: -Pero, mamá, si yo sé hacerlo ¡Mira! – Se puso en posición de nuevo y antes de que pudiera responderle, se lanzó en otra voltereta que, apresurado para que yo no la evitara y decidido a demostrar su punto sin darme chance de discutirlo, le salió torcida.
Cayó en el borde de la cama rebotando hacia el piso y sus pies golpearon la mesita de noche tirando la lámpara al suelo. Casi automáticamente se puso de pié y me dijo, encongiéndose de hombros: -¡Pero, no me dolió nada!
Tenía el rostro pálido del susto, los ojitos a punto de llanto, el ceño fruncido en señal de furia y una sonrisa en la boca que amalgamaba todo esto. Yo lo miraba atónita. Mientras lo revisé, levanté la lámpara y lo abracé tratando de mitigar su susto, le pregunté si se había hecho daño. Me dijo que no. Le repetí mis advertencias y puse fin a sus argumentos con un rotundo: - ¡Cuando te digo que no, es no!
Salí de su cuarto y volví a lo mío.
Un rato más tarde, entré a mi cuarto. Suponía que Carlitos veía televisión, sin embargo, lo sorprendí haciendo volteretas sobre mi cama…
- ¡Carlos David! – Le grité. - ¿Estás decidido a darte un golpe, verdad? ¿No te dije que no hicieras eso?
- ¡Pero, esta cama es más grande y no me caigo por aquí, ni por aquí – dijo señalando ambos lados de la cama – y no es dura como el piso! ¡Además, yo lo sé hacer y no lloro si me caigo!
Sus argumentos me dejaron sin palabras. No porque fueran razonables o acertados. Obviamente seguía siendo un peligro y él, sólo un niño incapaz de preverlo. Pero, me dejó pensando -y con dolor de espalda-. Me di cuenta de que no es simplemente un niño voluntarioso. Es inteligente, sagaz, decidido y además está muy seguro de sus capacidades. Quizás no de modo consciente o del modo más adecuado, pero confía en ello. Claro, esto es muy sencillo cuando no se tiene noción del peligro o las consecuencias de nuestros actos, lo cual me diferencia de él, pero, él, a diferencia de mí, no está dispuesto a rendirse a pesar de los golpes y las fallas. Considera que esos golpes son parte natural de todo lo que intenta lograr. Él revisó en qué se equivocó y lo corrigió convencido de su verdad, que en este caso quizás sea: “¡Las “vuelta-canelas” son lo mejor del mundo y yo las sé hacer porque soy lo máximo!” Parece absurdo, pero para él, en ese momento, esa era, ni más ni menos, la explicación misma del mundo ¿y lo que diga mamá? Ha de pensar que: “¡por favor! ¡Sólo lo dice porque no conoce mis súperpoderes!”. Convencido de sus superpoderes ¿a qué podría temer?
El problema no está en prohibir, censurar o acabar con las “vuelta-canelas” sino en dar oportunidad al niño para que las domine sin desnucarse. Me di cuenta de que estaba pasando por encima de las verdades de mi hijo; significa tanto para mí, que no me importaba frustarlo con tal de no pasar por el trance de tener que poner hielo sobre un chichón. Me di cuenta de que lo amo pero también lo asfixio. Quizás debo confiar más en él pero sobre todo, debo respetar su espacio, su visión del mundo, su individualidad, su perspectiva, sus ideas y conceptos. Total, al final, y aunque me duela en el alma tener que curarle el chichón o comprar una lámpara nueva, más me dolería perderlo, atrofiarlo, destruir su confianza con mis miedos… preparándole el terreno a otros que mañana se aprovechen de él. Igual voy a estar ahí para ponerle hielo en el chichón hasta que aprenda. Lo difícil es aceptar que para que aprenda, quizás lo más sano es que se haga el chichón. Mientras tanto, voy contratando un seguro.
¡Besos que ladran!
4 comentarios:
Eso es, ciertamente, el significado de la libertad ¿no? Algo cercano a la vida riesgosa que se pone a dar vueltitas.
Disfruté mucho el escrito. Me provocó hacer vueltas canela pero mi madre también me prohibía hacerlas y olvidé cómo se le hacía para sobrevivir a la presión del cuello... =D
En fin... ¡Saludos! Ya quiero volver a la universidad.
Mi brujita.. El tiempo pasa tan rapido, q cuando te des cuenta vas a necesitar más q hielo para curar sus heridas. Tal vez una buena sopa o unas cervezas bien frias. Asi q mientras, vive cada chichón como si fuera el último...!
Me akegra q estes de vuelta.
Te quiero y extraño full.
Mary, no me extrañes que me da por extrañarte... :(
waooo q post tan rico chama... de verdad q me dejo pensando... definitivamente los niños vienen al mundo a enseñarnos y no lo queremos aceptar.. menos tu claro jajaja
vine a saludarte una vez mas y me encontre con este post... q bueno...me voy feliz...
saludos violetas...
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