Mis trabajos me han exigido siempre un alto grado de interacción con otras personas por tratarse de empresas que prestan servicio y no se imaginan cuánto de aprendido de ello. Tanto, que hoy en día, un detalle fuera de lugar en la atención que recibo (así sea del perrocalientero de la esquina) puede hacer que sencillamente JAMAS vuelva a pasar ni siquiera al frente de su negocio. Pero igual, no puedo tolerar que le griten, insulten o abusen de un empleado que esté detrás de un mostrador (o un teléfono) por más que creamos que se lo merezca.
A veces me basta con respirar profundo y asentir (o negar) con la cabeza (según apruebe o desapruebe alguna situación) para recuperar la calma y la sonrisa.
Estas son algunas anécdotas que quisiera compartir con ustedes. Increíbles, pero de la vida real.
Mi primer trabajo (formal) lo obtuve a los 20 años. Se trataba de “captar” compradores potenciales y llevarlos amansados, bajo el cuento de un almuerzo, una gorra, una franela, una cava y una toalla, además de un “tour” por nuestras excelentes instalaciones (por construir), a las fauces de un vendedor habilidoso y un cerrador implacable. Si, yo fui OPC. No recuerdo ya ni qué cachos querían decir aquellas siglas, pero les puedo asegurar que era una barrabasada en inglés que en español quería decir: Atrapa Bobos o Mata Incautos. Aunque, ahora pienso que la incauta era yo por haber caído en aquella farsa, porque aunque no dudo que los resorts en Margarita tuvieron su auge y se construyeron debido a esta estrategia de ventas, que en México fue súper exitosa, también recuerdo cuántos elefantes blancos quedaron en el esqueleto y cuántos venezolanos fueron estafados.
Estas son algunas anécdotas que quisiera compartir con ustedes. Increíbles, pero de la vida real.
Mi primer trabajo (formal) lo obtuve a los 20 años. Se trataba de “captar” compradores potenciales y llevarlos amansados, bajo el cuento de un almuerzo, una gorra, una franela, una cava y una toalla, además de un “tour” por nuestras excelentes instalaciones (por construir), a las fauces de un vendedor habilidoso y un cerrador implacable. Si, yo fui OPC. No recuerdo ya ni qué cachos querían decir aquellas siglas, pero les puedo asegurar que era una barrabasada en inglés que en español quería decir: Atrapa Bobos o Mata Incautos. Aunque, ahora pienso que la incauta era yo por haber caído en aquella farsa, porque aunque no dudo que los resorts en Margarita tuvieron su auge y se construyeron debido a esta estrategia de ventas, que en México fue súper exitosa, también recuerdo cuántos elefantes blancos quedaron en el esqueleto y cuántos venezolanos fueron estafados.
Yo trabajaba, inicialmente de 7am a 7pm en la calle. Me tocaba siempre la Av. 4 de Mayo, la Santiago Mariño y La Av. Bolívar, a la altura de Playa El Angel. Fue todo un reto para mi, pues soy extremadamente reservada y tímida. Aún así, no sé como, atrapé a más de uno! Quizás accedían, porque me veían toda chiquitica y calladita. Era la única que no le “brincaba” a la gente encima. Y bueno, si, lo admito, porque en ocasiones el pana Germán, “me pichó” más de un cliente “para hacerme la segunda”. Jejejejeje.
Lo cierto era que (fijo) calificaban: Los tipos panzones, que llevaran gorrito de pescador, bermudas, zandalias con medias o “cholas”, camisitas sin mangas, cadenas de oro, lentes Ray Ban, la mujer al lado con bolsas de Rattan y los chamos con juguetes de goma espuma para flotar o chicléts de “medio metro”. Si tenían pinta de maracucho, seguro que compraban. Las señoras “mayores” eran fijas también, sobre todo si las cazábamos saliendo del bingo. Nunca eran buenos clientes: las mujeres solas o con los muchachos, los tipos acompañados de “una mami”. Las parejas jóvenes eran buen target, pero teníamos que hacer que sacaran la tarjeta de crédito y que nos demostraran que estaban casados, si no, no iban pa’l baile. Pronto, sin darme cuenta, calificaba a las personas como “Q” (Léase en ridículo inglés: kiú) o “No Q”.
Luego fui “In House” (como si no me chocaran estos anglicismos). Esta fue la parte más difícil, pues yo recibía a los "clientes", les tomaba los datos, les “sacaba” información que no siempre es fácil de obtener (cómo el tipo de tarjeta de crédito y el límite que tenía) y los calificaba como “Q” o “No Q”, según el caso. Era difícil, porque sumado a lo delicado que era ya manejar la situación con el cliente, convencerlo de que entrara a la sala y accediera a tragarse "el jarabe de lengua” (aprox. una hora) y sacarle a los chamos de encima si los llevaba (para que no distrajeran la venta), venían detrás las divergencias de criterio con los OPCs, pues muchas veces lo que ellos consideraban que era un “Q”, quizás yo no lo calificaba como tal y ese “incauto” no se lo pagaban.
Finalmente supervisaba el grupo de Promotoras ubicadas en los restaurantes (este último, era un trabajo de día, noche y fines de semana). Pero conocí lugares excelentes y disfruté de muchísimas ventajas y casi me convierto en toda una “gourmet”. Llevaba a las Promotoras y me iba a la universidad. A la salida, hacía la ronda para recogerlas. Me acostaba tardísimo todos los días y me levantaba súper temprano para poder llevar a las chicas otra vez a los restaurantes para la hora del almuerzo.
Creo que ganaba, en aquella época, algo así como Bs. 1.000,00 por cliente calificado y Bs. 2.000,00 si realizaba una compra efectiva y lo más que llegué a cobrar fueron Bs. 12.500,00, nada mal si tomamos en cuenta que para aquella época, el salario mínimo era de Bs. 9.000,00 y yo no pagaba alquiler, ni comida, ni nada!. Pero esto no era constante y en temporada baja, literalmente nos moríamos de hambre.
Qué me compré con mi primer sueldo? Pues, viviendo en Margarita, no me quedaba otra que meterme en una de las mejores perfumerías y tomando en cuenta mi debilidad por los perfumes, me compré el Calvin Klein de moda (Escape), además de un polvo compacto Elizabeth Arden, muuuuuuucho protector solar y mi primer Pantene con protector para el cabello. Ah! Dos jeans: un Calvin Klein original y otro de imitación (que me duró más que el primero y nunca más compré cosas de marca).
Yo creo que esta etapa, toda, es la que puedo exclamar en mayúscula, como lo que llamamos GAJES DEL OFICIO.
Lo cierto era que (fijo) calificaban: Los tipos panzones, que llevaran gorrito de pescador, bermudas, zandalias con medias o “cholas”, camisitas sin mangas, cadenas de oro, lentes Ray Ban, la mujer al lado con bolsas de Rattan y los chamos con juguetes de goma espuma para flotar o chicléts de “medio metro”. Si tenían pinta de maracucho, seguro que compraban. Las señoras “mayores” eran fijas también, sobre todo si las cazábamos saliendo del bingo. Nunca eran buenos clientes: las mujeres solas o con los muchachos, los tipos acompañados de “una mami”. Las parejas jóvenes eran buen target, pero teníamos que hacer que sacaran la tarjeta de crédito y que nos demostraran que estaban casados, si no, no iban pa’l baile. Pronto, sin darme cuenta, calificaba a las personas como “Q” (Léase en ridículo inglés: kiú) o “No Q”.
Luego fui “In House” (como si no me chocaran estos anglicismos). Esta fue la parte más difícil, pues yo recibía a los "clientes", les tomaba los datos, les “sacaba” información que no siempre es fácil de obtener (cómo el tipo de tarjeta de crédito y el límite que tenía) y los calificaba como “Q” o “No Q”, según el caso. Era difícil, porque sumado a lo delicado que era ya manejar la situación con el cliente, convencerlo de que entrara a la sala y accediera a tragarse "el jarabe de lengua” (aprox. una hora) y sacarle a los chamos de encima si los llevaba (para que no distrajeran la venta), venían detrás las divergencias de criterio con los OPCs, pues muchas veces lo que ellos consideraban que era un “Q”, quizás yo no lo calificaba como tal y ese “incauto” no se lo pagaban.
Finalmente supervisaba el grupo de Promotoras ubicadas en los restaurantes (este último, era un trabajo de día, noche y fines de semana). Pero conocí lugares excelentes y disfruté de muchísimas ventajas y casi me convierto en toda una “gourmet”. Llevaba a las Promotoras y me iba a la universidad. A la salida, hacía la ronda para recogerlas. Me acostaba tardísimo todos los días y me levantaba súper temprano para poder llevar a las chicas otra vez a los restaurantes para la hora del almuerzo.
Creo que ganaba, en aquella época, algo así como Bs. 1.000,00 por cliente calificado y Bs. 2.000,00 si realizaba una compra efectiva y lo más que llegué a cobrar fueron Bs. 12.500,00, nada mal si tomamos en cuenta que para aquella época, el salario mínimo era de Bs. 9.000,00 y yo no pagaba alquiler, ni comida, ni nada!. Pero esto no era constante y en temporada baja, literalmente nos moríamos de hambre.
Qué me compré con mi primer sueldo? Pues, viviendo en Margarita, no me quedaba otra que meterme en una de las mejores perfumerías y tomando en cuenta mi debilidad por los perfumes, me compré el Calvin Klein de moda (Escape), además de un polvo compacto Elizabeth Arden, muuuuuuucho protector solar y mi primer Pantene con protector para el cabello. Ah! Dos jeans: un Calvin Klein original y otro de imitación (que me duró más que el primero y nunca más compré cosas de marca).
Yo creo que esta etapa, toda, es la que puedo exclamar en mayúscula, como lo que llamamos GAJES DEL OFICIO.
Continuará...