31 marzo 2006

Y vuelve el mismo viernes...

A pesar de que siempre se me ha acusado de maniática por los “temas” que escojo para fundamentar la filosofía de mi vida, hay cosas que sencillamente no he podido cambiar. Y no las cambio porque aún no he encontrado suficientes demostraciones que me convenzan de que estoy equivocada. Sin embargo, he de admitir que algunas cosas derivan en otras por reiterativas y consecuentes. Toda esta perorata obedece a que llegó el viernes. Otra vez. Y ya me están empezando a caer mal los viernes también. Lo digo porque desde de que tengo uso de razón recuerdo que me han caído mal los días martes. Los detesto! Sencillamente, los detesto. Los martes suelen ser aburridos, pesados y ni hablar de lo pavosos (para mí). Siempre que las cosas me han salido mal, ha sido un martes. Puede sonar a sugestión. Es verdad. Tal vez necesite “terapia” para superar esto. Pero como no creo en ella y han pasado, por Dios!, más de veinte años y no he encontrado razones para desistir de mi idea hacia los martes, sigo creyendo en lo que he visto y en mi experiencia. Lo peor del caso es que no soy supersticiosa. Pero los martes para mí son terribles. No me doy cuenta de ello hasta que zas! Me pasa la primera la cosa. Y caigo en cuenta de que es martes. Entonces pienso… Bueno, qué se podía esperar, con razón!

A diferencia de los miércoles. Los miércoles siempre han sido mi día favorito. Mi día de suerte. Por sobre todos los días de la semana, siempre he adorado los miércoles. Mis materias favoritas las veía los miércoles durante los años que estudié. También nací un día miércoles. El miércoles mi energía se pone a millón. No se si sea por el inicio en picada del fin de semana, pero los miércoles son mis días favoritos.

Ahora bien. Hoy es viernes. Siempre fui muy parrandera. En casa todos lo somos. Siempre dispuestos para un bonche. Siempre listos para celebrar o simplemente reunirnos para pasarla bien. Soy muy pata-caliente. Los viernes eran sinónimo de salir o de recibir gente en mi casa. Los viernes me escapaba con el amor de mi vida. Los viernes siempre eran para algo.

Pero desde que me mudé a Caracas, los viernes siempre han sido de aburrido terror. La pesadilla de no tener “mi casa” para recibir a nadie se junta con que no tengo a nadie a quien recibir. La gente que he conocido hasta ahora aquí, tienen sus propias costumbres de viernes en la noche y no son precisamente afines a las mías.

Por otro lado, la familia de mi esposo es todo lo contrario a la mía. No suelen reunirse o visitarse. No toman, no bailan, no oyen música, no son unidos. No son. Ellos viven en un completo y ensordecedor remanso de paz y compostura, donde yo soy una “inadaptada que no sabe socializar” porque me gusta tomar, bailar, comer, la música, los chistes… esas cosas que sólo le lucen a los hombres, según la concepción de mi suegra. Además, no me paso horas en la peluquería, ni hablo de revistas femeninas, no hago dietas, ni juego tenis para “ligar” con mis cuñadas. Para coronar el pastel con una hermosa guinda, me aplasta el hecho de que aquí, si eres madre estás jodida, porque tu mundo se reduce a velar por tus hijos y nada más. Salir con tu pareja? Imposible! Estás loca. La calle es para los hombres casados y solteros, y para las mujeres solteras, viudas, divorciadas o de “mala vida”. Horror!

Tal vez los viernes no tengan la culpa. Pero cada vez que llega, trae tras de si, este collar de “perlitas” machistas que pesa más que un collar de bolas criollas. No espero que todos los viernes sean para salir a rumbear. Pero coño, tomando en cuenta que el fin de semana se dedica a la casa y los chamos, donde carajo queda el espacio de una?! Yo quemé mi etapa de discotecas. Eso sí. Fui a cuanta pude y hasta que nos botaban de ellas. Pero, de vez en cuando, al menos, me gustaría volver a salir a bailar. Cuando vivía en Margarita tenía el aliciente de que en mi casa siempre había fiesta. Tenemos un cumpleañero todos los meses. Pero aquí ni eso se celebra. Yo creo que ni saben la letra del cumpleaños feliz!

La verdad, estoy aquí sentada destilando mi veneno de viernes porque no espero que pase nada esta semana tampoco. Ya hablé con Eduard al respecto y no saldremos porque él tiene un compromiso con unos amigos y “alguien” debe cuidar a los niños. Qué lata! Otro viernes de pijama, cama, cotufas, Backyardigans, Barnie, Rubbadubbers, Save Ums y quizás a eso de las 10 y media u 11, cuando bebé se duerma, entonces el mayorcito me “permita” un poquito de su MTV y los Invadecuartos, algunos videos fumados y si tengo suerte… un poco de música comeflor.

Una vez escuché algo así como que: Todos los días me parecen iguales. No sé si fue en una canción de esas para cortarse las venas, seguramente. Me horrorizó la idea. Pero creo que estoy cayendo en lo mismo. A veces ya no sé si es martes o jueves. ((Suspiro)).

Qué fastidio. Otro viernes… ((Suspiro)). Ojala pueda escribir sobre otra cosa pronto. Ojala recupere mi vida, pronto. Ojala pronto vuelva a ser viernes… como antes.

Ojala todos y (sobre todo) todas tengan un mejor viernes que el mío y un buen fin de semana.

29 marzo 2006

Inventario de Lecturas

Me gusta leer. Desde que aprendí con la Maestra Ana y el libro Mi Jardín, no he parado de hacerlo. Talvez no lea libros y libros, pero sí cualquier cosa que caiga en mis manos. Mi papá siempre me decía: - Lee, lee. Lee todo lo que puedas. No sé si le dio el mismo a mis hermanos, seguramente si, pero yo lo recuerdo clarito. La maestra Ana me decía: - Lee mucho. Lee todo lo que puedas. Practica cuando salgas a pasear con tu papá. Lee los letreros del camino cuando vayas en el carro. Así vayan muy rápido, trata de leer. Pronto me convertí en la que más rápido leía en el salón y entonces la maestra me dio la segunda lección: - Lo más importante no es ser la que lee más rápido sino la que comprende más y mejor lo que lee.

Comencé a leer.

Fui tremenda. Inventaba mis propios juegos y por ser la mayor, era la líder de mis hermanos y primos. Pero todo cambiaba cuando llegábamos a un sitio donde había libros. Entonces me volvía callada y tranquila. No me podía despegar de ellos. Allí me instalaba y pasaban las horas mientras miraba, leía y curioseaba.

Un día sucedió… Tenía unos 9 años. Llegamos a casa de mi tío Chago, había un cumpleaños. No recuerdo de quién. Y allí estaba: la biblioteca. Inmensa. Mis ojos crecieron como si hubiera visto un castillo. Tomé una silla, me acerqué a la mesa y comencé a hojear. Siempre buscaba las enciclopedias, los libros con ilustraciones. Pero esta vez fue distinto. El Quijote me atrapó. Me sedujo. Jugó con mi atención a pesar de ser un libro grande y pesado. Oscuro. Sin dibujos. Quizás porque ya en “comiquitas” tenía referencia del caballero, de Rocinante, de Dulcinea, de Sancho Panza, de Los Molinos que representaban los monstruos que quería vencer. Me escudo en la edad que tenía para justificar el aburrimiento que me causó. Lo cerré y lo coloqué donde estaba. Y al lado, estaba él. Un Libro no menos grueso; una recopilación. En su interior dos historias: “Sueño de Una Noche de Verano” y “Romeo y Julieta”. William Shakespeare se abría ante mis ojos. Sin saber en lo que me estaba metiendo, con una vaga idea de quién era ese señor, escogí “Romeo y Julieta”. No volví a pararme de aquella silla hasta terminar con la historia. Era tarde, muy tarde ya. La fiesta había terminado y yo, me había pasado aquel día entre risas, lágrimas y tensión, tras cada escena deletreada en aquella historia. Fue mi primer libro. Cuando lo terminé, estaba cansada, lo cerré. Quería más, pero era suficiente. De regreso a casa le conté mi hazaña a papá y escuchando a lo lejos sus comentarios y preguntas acerca de mi lectura me dormí profundamente en el asiento de atrás de la camioneta Cougar que teníamos.

Seis años más tarde, cuando la rebeldía de la adolescencia me perseguía de cerca, me quedaba viendo tele hasta tarde y en algún canal ví mi primera escenificación de “Romeo y Julieta”. Una ópera. Cada imagen presentada me daba la sensación de haberla visto antes, mientras leía aquellas páginas. Luego ví una película. Un poco decepcionante, la verdad. No era lo que esperaba. Mi recuerdo de la lectura, las imágenes mentales que me dejó y el recuerdo de la ópera, me crearon expectativas que la película no pudo llenar. Me apasionó entonces aún más la experiencia.

Desde entonces he leído: Siendo una niña:
Una serie de libros que me regaló papá (estaba en cuarto grado), eran cinco: Bolívar Cuando era un Niño, Paéz el Guerrero del Llano, Boves, Historias Indígenas de Nuestros Pueblos, Sucre el Gran Mariscal. Eran ilustrados, como unos cómic.
Mary o la visita de un ángel: la historia de una niña que murió de Leucemia a las 9 años. Muy conmovedora.
Humor y Amor de Aquiles Nazoa y desde entonces no dejo de pensar en rima!

Siendo una Adolescente y sin contar los que obligatoriamente tuve que leer en el liceo hasta que me fui a estudiar a Puerto La Cruz:
Cyrano de Bergerac (Edmund Rodstand) y me convertí en Cyrano escribiéndole las cartas de amor de mis amigos y amigas.
Un libro sobre el Triángulo de Las Bermudas, no recuerdo el nombre o el autor, creo que se llamaba La Zona, algo… En fin. Me estremeció.
María de Jorge Isaac y lloré, lloré, lloré y lloré. Me lo recomendó mi profesor de Castellano.
Ilusiones de Richard Bach. Lo que me enseñó aún me acompaña.
Tus Zonas Erróneas… quién no lo ha leído!
Crónica de una Muerte Anunciada de Gabriel García Márquez, a escondidas de mi papá. Sería el primero que leería de él incluso antes de que me obligaran a leer Cien (Aburridos) Años de Soledad en el liceo. Perdón Sr. García, pero me aburrió.
Relato de un Náufrago, El Coronel no Tiene Quien le Escriba.
La Casa del Pez que Escupe el Agua de Herrera Luque (Volví a leerlo hace unos dos años).
Lectura para Jóvenes Capaces de Leer de Juan Lizcano.
Pedro Páramo y El Llano en Llamas de Juan Rulfo (por recomendación de mi profesor de Castellano).
Cuentos e Historias de Cheguaco (escritor margariteño) Relatos de Margarita, sus creencias y costumbres.
Ifigenia: Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba… Esa era yo! Me encantó…. Sencillamente.
El resto los leí “obligada” en el liceo: Doña Bárbara, Lanzas Coloradas, Mene, El Quijote (el aburrimiento que me causó de niña, me impidió leerlo de verdad, de adolescente), Marisela, Memorias de Mama Blanca.

Y crecí.
Noches y Días con Migumi de Patrick Mac Murphy… Mi primer libro le narrativa erótica.
Noticia de un Secuestro: el que más me ha gustado de García Márquez.
El Amor en los Tiempos del Cólera: la historia más bonita de García de Márquez.
El Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, casi me mata de nervios.
Drácula de Bram Stocker y cuando ví la película basada en su libro me pasó exactamente lo contrario que cuando ví Romeo y Julieta. Los personajes y las escenas idénticas a como me las imaginé!
Sybil de Flora Schriber. Era la historia de una mujer con múltiples personalidades.
El Perfume de Patrick Suskind… demasiado bueno.
El Encanto de la Mujer Madura de Rubén Monasterios, que me dejó con ganas de más, mi segundo libro de narrativa erótica.
El Nombre de La Rosa de Umberto Eco. Fascinante de principio a fin.
Antología de Antonio Machado… El bálsamo para mi alma.
Selección de Poesía de Gustavo Adolfo Bécker.
Selección de Poesía de Amado Nervo.
Fuente de Amargura de Cruz Salmerón Acosta (Extremadamente conmovedor)
Selección de Poesía de Pablo Neruda
Selección de Poesía de Mario Benedetti (Lo adoro)

Acabo de terminar de leer Sí Papi. No me Jodas de Adriana Pedroza. Muy bueno y sobre él vale la pena comentar luego. No son tantos libros como quisiera pero los pocos que he leído los he leído con el corazón y el alma de par en par. Confieso no haber ni siquiera abierto nunca algún libro de Coelho o cualquier otro “de moda”. Me aburren los libros de autoayuda o de extrema ficción. Nunca toqué un “Caballo de Troya” aunque me los prestaron cien veces!. Pero he sido feliz leyendo y espero que esto haya sido sólo un lento comienzo. Estadísticamente, tomando en cuenta que empecé a leer a los 10, he leído algo así como poco más de libro y medio por año… Puede estar mejor. Mejorará.

22 marzo 2006

Una Infancia Feliz!

Mis hermanos y yo contábamos con la suerte de tener cerquita de casa una bodeguita. Una casita pintada de azul con una ventanita donde llegábamos y como no la alcanzábamos, gritábamos: A vendeeeeeeer! Nos atendía Modestica o Charrafa. Yo los veía como unos grandes señores que lo tenían todo, porque estaban abarrotados de cajas de cuanta cosa me gustaba comer.

Les compraba:

Chicha Polly: Venía en una lata que era igualita al diseño que hoy en día trae el pote de crema de arroz de la misma marca. Recuerdo su sabor y su olor como si la última me la hubiera tomado esta mañana. Se necesitaba un destapador para abrirla y no entendía por qué debía abrirle dos huequitos, cuando solo necesitaba uno para tomarla! No podría asegurar qué edad tenía, pero es uno de mis recuerdos más viejos. Se puede decir que era lo suficientemente “grande” para ir sola a la bodega, pero lo suficientemente “pequeña” para que mi mamá me tuviera que destapar la latica. Los jugos también venían así, no puedo precisar si eran Frica, Yuquerí o qué cosa, porque la verdad… nunca he sido amiga de las frutas y siempre las comía (o bebía) obligada. Pero la chicha sí la recuerdo clarito!

Naranja Fanta y Chinotto Sprit: Aclaro algo: nunca fui “refresquera”. Los refrescos estaban para mí sólo puestos ahí. Mis hermanos sí se mataban por un refresco del sabor que fuera. Yo no, pero de todos, recuerdo claramente mi preferencia por la Naranja Fanta y el Chinotto Sprit. Este último está mal, lo sé, porque uso una marca para nombrar un producto de otra marca, pero así le decía. Los refrescos venían en gaveras de madera y los compraba al señor de la bodega o esperábamos que “pasara el camión”.

Chucherías, chucherías, chucherías!:
Papaupa:
recuerdan aquel chicle laaaaaaaaargo y con riquísimo sabor a no sé qué diablos llamaban tuti fruti?
Pepin: eran unos pepitos chiquitos y finitos, riquísimos. Tengo entendido que los caraqueños le dicen (o decían) chogüí a los pepitos… ja, ja, ja, ja, eso siempre me dio risa! Incluso hoy en día mi esposo suele referirse a alguien que le es desagradable con la expresión: Chogüí mojao.
Pepito Pepito: no esas cosas tan desabridas que venden ahora!
Chees Trees: Recuerdo que su sabor era extremadamente fuerte para mí y no me gustaban, pero aún así los compraba. Hoy en día el sabor más parecido a aquel de mi infancia, lo encontré en los Plantters (y son carísiiiiiiiiiiiiiiisimos!)
Boliqueso: je je je je je y siempre hubo una gordita pelirroja a quien solíamos llamar así.
Canicas: Eran los únicos caramelos que me gustaban. Eran unas bolitas de colores, durísimas, que duraban horas en la boca. Los recuerdo de sabores cítricos.
Lolitas: parecidas a los Boliquesos, pero eran dulces y de colores.
Mini Chicléts: aquellas bolsitas de chiclitos chiquitos de colores de Adam’s.
Lolly Pops: Así pedíamos las chupetas, fueran cual fueran, del sabor y del color que fueran. Recuerdo que no las mordía hasta que el chicle en su interior quedaba completamente al desnudo. Se podía hacer con él unas bombas grandotas y su sabor duraba muchísimo.
Chiclét’s Adam’s Sours: Eran unas tableticas envueltas individualmente en un papelito blanco y cubiertas de un polvito ácido que me encantaba

Como verán es pobre la lista que tengo, pero es que no era “chuchera”. Recuerdo algunos otros que no los compraba tanto, pero a veces los pedía: las “ cotufas acarameladas” de Jack’s, los Cocosettes, los Bubaloo, Bubbleliciuos, las Gomitas, el Maní Salado de Jack’s y los bocadillos de Plátano San Francisco. Nunca me gustó el chocolate, pero recuerdo a mis hermanas delirar por unos Torontos, Ping Pong y Boleros que eran el doble del tamaño que tienen ahora! O yo era más pequeña?. Tampoco nunca me gustaron los helados y prefería lo salado a lo dulce.

La segunda parte de mis memorias son las meriendas que llevaba al colegio o que mami nos preparaba para ver la tele en las tardes: arepitas dulces, mandoquitas, empanaditas de queso. A mí me gustaban unas empanaditas que vendía una niñita que pasaba todas las tardes por la casa cargando una olla de aluminio. Dentro y envueltas en un paño, venían las empanadas. No sé porqué me gustaban tanto, venían frías y desmayadas, no eran crujientes y tenían poco queso, pero me encantaban. A veces no traía empanadas sino torrejas. Entonces mami nos compraba para que las compartiéramos porque eran muy grandes. También solía comprarnos “bombas”, que eran unos pancitos dulces rellenos con crema pastelera y cubiertos de azúcar. Fue una dulce infancia. Sin duda.

Nos compraban la merienda y nos sentábamos frente a la tele después de hacer las tareas, que no eran muchas porque estábamos apenas aprendiendo a leer, a escribir y a contar. El límite eran las 6:00pm porque a esa hora comenzaba “El Chavo” y nos prohibían ver ese programa porque a papi no le gustaba, le parecía bobo. Así que a esa hora nos preparábamos para recibirlo al llegar del trabajo, bañaditos, vestiditos, perfumaditos y con las tareas listas. Preparados para cenar juntos con él a la cabecera de la mesa.

Me encantaba ver (mis favoritos resaltados en negritas y en ningún orden):

Galáctico (por supuesto vivía enamorada de Galáctico y lloré cuando la Princesa Aurora lo botó de la nave, aunque después volviera. Nunca la perdoné!), Capitán Futuro, El Vengador, El Gladiador, Fuerza G, Súper Magnetrón, Mazinger Z (después de Galáctico, mi favorito, adoraba a Koji Cabuto y detestaba al Barón Ashler, me hice experta dibujando a Mazinger y me creía Sayaka hasta que apareció Minerva), Meteoro (aunque no me gustaban los efectos de sonido que le ponían al Max 5 cuando “volaba” por los aires y me caía mal el enmascarado Rex), Clutch Cargo y sus Amigos Pecas y Salchichas (sólo movían la boca y empezaba una y otra vez), la Vuelta al Mundo en 80 Días (adoraba a Maña de Magaña cuando hablaba consigo mismo), las aventuras de Los Beatles (el tema cuando que ponían cuando comenzaba era “A hard day´s night” y Ringo era el tonto de la serie), los 4 Fantásticos, los Súper Amigos (todo el Salón de la Justicia y la Legión del Mal, pero me caían mal los Gemelos Fantásticos porque siempre hacían lo mismo), el Intlépido Volalol (je, je, je), el Monstruo Milton (me encantaba la cancioncita), Ufo Dai Apolón, Marino Boy y la Patrulla Oceánica, Kamuy el Ninja Desertor, los Transformers, Fantasmagórico, Capitán Centella, Érase una Vez El Hombre, Las Fábulas del Bosque Verde (recuerdan a Juanito y Juanita y sus voz chilloncísima? Pero me gustaban), Calabozos y Dragones, Thundercats, Flash Gordon, Lalabelle, La Abeja Maya, la Pantera Rosa (la veía sobre todo por la música, aunque l pasaban de noche), He Man y She Ra (incluso vi la película: El Secreto de La Esapada en el cine, donde supe que no eran pareja… eran hermanos!). Por supuesto me encantaban todas las comiquitas de Bugs Bunny (especialmente las temporadas de caza de Pato o de Conejo y aquellas donde el Conejo de la Suerte interpretaba el Barbero de Sevilla y tantos otros clasicos), Tom y Jerry y aunque me encanta Silvestre, detesto a Piolin. Me aburrían la Pequeña Lulú, los Ositos Cariñosos, Pequeño Pony, los Pitufos y todas las de Hanna Barbera, incluyendo los Picapiedra, sin embargo soportaba los Supersónicos. No puedo dejar de mencionar, más a manera de confesión que de recuerdo, que me calé más de un bodrio animado: Candy Candy, Marco, Heidi, Remi y Angel La Niña de Las Flores

Ahora de grande he visto “El Chavo” hasta el cansancio y puedo darme el gusto de decir que sobreviví a una infancia llena de tele y comiquitas. No estoy traumatizada por “tantos monstruos” y tragedias, ni se me cayeron los dientes por tanto dulce! Sí. Definitivamente tuve una infancia feliz. Que complementé con juegos que contaré otro día. Eso si, cero novelas! Pero esta también es otra historia...

16 marzo 2006

Me estoy renovando

Estos últimos días he estado como apagada. Con la cabeza en mil cosas. Pero apagada. Como cuando dejas el celular cargándose, pero prendido. Poco a poco, siento que voy desperezándome y eso lo sé porque empiezo a sentir las señales: las ideas y las proposiciones de emprender y de cambiar cosas comienzan a destellar en mi cerebro.

Hace más de una semana tuve un nuevo atajaperro con Eduard, y en medio de la discusión (que esta vez fue bastante fuerte), surgieron preguntas y afloraron frustraciones y resentimientos que había “pretendido” inconscientemente ignorar. Teniendo todo ya al descubierto y las cartas sobre la mesa, nos calmamos y conversamos serenamente sobre los problemas y sus posibles soluciones. Llegamos a varios acuerdos y aunque no ha transcurrido todavía una semana, los hemos estado poniendo en práctica y, aparentemente, están resultando… Vamos a ver qué pasa.

Lo cierto es que luego de esto he recuperado tiempo y espacio para mí misma y he vuelto a pensar y dejar volar mi mente alrededor de otras cosas que no los problemas del día a día, del trabajo o de la casa. Esas cosas en las que pensar siempre causan placer. Como en mi última entrada. No sé si seré diferente al resto de los mortales, pero yo necesito sobre todas las cosas del mundo estabilidad para poder fluir con normalidad y paz. Y, quizás producto de mi carácter extremadamente compulsivo, hasta que no logre equilibrar o controlar lo que me molesta o me inestabiliza, no puedo estar tranquila.

Una vez en marcha el plan para desatar los nudos y despejar las piedras del camino que recorro a diario… estas son las cosas que me he propuesto llevar a cabo, aprovechándome de las circunstancias y de que me estoy renovando:

1. A dieta! No sufro del mal del “culto al cuerpo”, pero sí me interesa mi apariencia y mi salud y es innegable que me he ganado alrededor de 5 kilos de más en medio de este desorden. Así que… a dieta! (Incluye controlar el exceso de café y azúcar).
2. Escribir, escribir, escribir… No he dejado de hacerlo. Escribo otras cosas que no publico aquí, pero he abandonado mi propio espacio y eso no puede ser!. Así carácter contigo también gatita…
3. Comenzar una actividad. Estoy pensando en un gimnasio, pero es un lujo que debo evaluar muy bien primero. Lo cierto es que antes de que termine el mes, debo estar haciendo algo que me distraiga, me relaje y me divierta.
Cerrar círculos. Debo terminar de tramitar el certificado del curso que terminé en diciembre y cerrar ese círculo. Además, debo cerrar también la relación con una de mis proveedoras, saldar las cuentas y definir si seguimos o terminamos, pero de manera definitiva!
4. Gerenciar con otra estrategia. Soy la gerente de mi hogar… las cosas no están nada fáciles por ese lado por una serie de circunstancias que no puedo solucionar por el momento, porque no están en mis manos, así que debo vivir con ello y adaptarme a la situación, manejar las cosas bajo esas circunstancias y seguir adelante! Por cierto, eso incluye endurecer las reglas e imponer nuevamente la disciplina de mi pequeña tropa, a quienes había dejado a su libre albedrío “mientras tanto”.

Ya comencé con esto… Hago dieta desde el lunes, de cuatro o cinco “mugs” de café, voy por dos y con sólo 2 cucharaditas de azúcar (antes le ponía 4!). Tengo varios gimnasios vistos y estoy estudiando con Eduard el presupuesto para darle cabida a la mensualidad. Esta tarde llamaré al Instituto para hacer presión por lo de mi certificado y cuadré una cita con mi proveedora para esta noche. Mi plan de gerencia está funcionando aunque aún hay dos aspectos que se resisten, los deberes del departamento de Hermano Mayor y el departamento de Recreación y Esparcimiento que manejas las actividades del fin de semana ni siquiera se ha reunido!, pondré mano dura con ellos. Y escribir… bueno, ya empecé. Esto es sólo un nuevo principio. A poner los pies sobre la tierra!

03 marzo 2006

El "amor de mi vida" en dos cuadras o Camino hacia acá...


No pude decidir el título de este post, así que dejé los dos. Podría plantear lo que esto significa desde dos perspectivas. El literal camino hacia acá y el camino que he recorrido para estar donde estoy ahora.

El primero es más corto. Comenzaré por allí y quizás algún día si me quedan ganas (o espacio) comentaré el otro.

Salí de mi casa tarde (como siempre) y me vine como siempre a paso apretado. Para los que no me conocen tengo “suerte” de vivir a dos cuadras de mi trabajo, así que camino de ida y de vuelta. Pues bien, salí del edificio pensando en la hora y en que siempre me pasa lo mismo. Hoy terminé almorcé rápido, a la 1:35pm ya estaba desocupada, pero me pareció muy temprano para venirme a la oficina así que me acomodé a leer un “capitulito” más del libro de turno. Finalmente, no fue uno, sino tres capítulos y cuando me di cuenta eran las 2:00pm y apenas terminaba de pintarme los labios.

Siempre lucho contra el stress de tener el tiempo contado, normalmente este mal no logra abatirme y uno de mis trucos es pensar “en algo” mientras camino hacia acá. Los temas generalmente son cosas trascendentales de mi vida pero que no me aportan nervios. Trato más bien de conocerme y de “acompañarme” en el camino. Hoy no fue diferente. Venía fijándome en la gente y a media cuadra de aquí, se me ocurrió escribir sobre lo que vi y lo que pensé en el camino.

Al salir del edificio vi parado frente al intercomunicador a un señor esperando que le contestaran. Sentí un poco de miedo. No me acostumbro a Caracas y a todos los cuentos que he oído sobre la inseguridad. Uno termina sugestionándose y volviéndose paranoico con esas cosas. Luego imaginé a ese mismo señor llegando a su casa cansado esta noche y contándole a su mujer los detalles de su pesado día de trabajo aunado a la desagradable sensación de que todo el mundo lo mire con desconfianza por ser un simple albañil que no va de traje y corbata en estas “zonas” del este caraqueño. Sentí antipatía por mi misma y desaprobación. Yo no soy así, al contrario, la gente humilde en su aspecto, actitud y modales es la que más cómoda me hace sentir. Sí, definitivamente debo dejar de oír tantas historias trágicas y terroríficas de inseguridad. Al menos, no debo dejarme sugestionar con esas cosas al punto de pre-juzgar a alguien por su apariencia. Está bien, uno nunca sabe, pero tampoco es bueno pecar de prejuiciosa.

Media cuadra más adelante me topé de frente con dos liceístas. Dos jóvenes lindísimas con sus uniformes de bachillerato, falda azul marino y chemisse beige. Una le decía a la otra: - Y me dijo: no te preguntó si tenía novio? Y yo le dije: no sé, no me acuerdo, yo creo que sí. Inmediatamente volví a tener su edad. Tendrían qué? 15, 16 años? Más o menos. Por un momento me pareció chocante escuchar dos niñas hablando de novios y esas cosas, pero de repente y sin darme tiempo de pensar en esto, recordé que a esa edad y vestida de liceísta igual (excepto porque yo nunca usé falda), pensaba en lo mismo. Y no sólo en lo mismo, sino que además, para aquellos años yo estaba de novia con el “amor de mi vida”!. Así, literalmente. Lo que no sabía es que lo perdería circunstancialmente unos cuatro años más tarde y luego irremediablemente (y para siempre) unos tres años después. Hoy lo pienso en frío y todo aquello me parece que hubiera sido ayer. Yo sigo siendo la misma. Talvez un poco menos ingenua y con un carácter más férreo e inflexible que en aquella época. Pero me siento igual. Han pasado diez años desde que él murió y me pregunto hoy si vería las cosas de otra manera si él aún viviera. Seguimos caminos diferentes, inconscientes de lo que desperdiciábamos. Afortunadamente, poco tiempo antes de su trágica muerte comprendimos que éramos uno para el otro el “amor de nuestras vidas”, él para la mía y yo para la de él, me queda al menos esa paz con mi conciencia. Pero sigo preguntándome si pensaría igual aún cuando él hubiera tenido otro destino.

Es increíble cómo nos pasa la vida por un lado y si no nos detenemos a pensar no nos damos cuenta. Amores han ido y venido a mi vida desde entonces. Unos más profundos, otros menos intensos. Cada uno diferente. Pero todos con algo en común: la fugacidad. El de él se quedó para siempre. No ha cambiado. No cambió nunca. No se convirtió en “cariño” ni terminamos “como amigos”. No derivó en odios ni resentimientos. Nunca cambió, sigue intacto en mí y murió intacto en él. Otros amores vinieron después. Uno se quedó y está conmigo hoy en día. Un amor sereno, maduro, vivo. Un amor decidido, valiente y apasionado. Un amor increíblemente hermoso. Pero aquél sigue ahí. Suspendido en mi cuello. Como una medallita, un recuerdo que tiene su propio espacio en mí y que forma parte de lo que soy. Y es que sin ese amor yo no sería como soy.

Llegué a mi oficina pensando en esto y acabo de terminar de escribirlo. Las cosas que pienso camino hacia acá, no tienen tamaño para caber en las dos cuadras que recorro. Unos minutos y mira todo lo que salió! Pues bien, llegué 10 minutos tarde pero con una sonrisa de oreja a oreja, cero stress y sintiendo como si me hubieran acariciado el corazón!

A ti que ya no estás aquí pero que formas parte de mi vida, te recuerdo siempre, lo sabes y te agradezco que hayas hecho de mí lo que soy para merecer el amor que ahora tengo. Y para ti, que estás conmigo ahora, que sabes de todo esto, lo entiendes, lo aceptas y lo respetas, no hay mejor manera de demostrar cuánto me amas que de esta forma, ni tengo manera de demostrar cómo te amo por esto. Que viva el amor de mi vida que siendo tan grande cabe en dos cuadras!